- Las poblaciones indígenas han demostrado durante toda su existencia gran capacidad de adaptación y resiliencia, lo que les ha permitido generar mucho conocimiento. Sin embargo, la llegada de la tecnología, así como la degradación de sus bosques, están haciendo que este se vaya perdiendo. Ante esta situación, han empezado a tomar sus precauciones.
Por Jack Lo Lau
«En nuestra cultura, cuando matas un árbol salen los malos espíritus que hay en el monte. Se amargan y cada vez los estamos viendo más seguido. La boa, el tunche, aparecen y nos afectan. Porque hay mucha tala están pasando cosas en la comunidad. Aparecen venados con pies de humanos, monos molestos que te pueden comer. Yo los he visto», cuenta Manuela Ramos, curandera y una de las personas más sabias en la comunidad nativa de Santa Rosa de Huacaria.
A Manuela la buscan siempre. Sus vecinos y también personas que llegan de distintas partes de Cusco y Madre de Dios en busca de curación. Esta tarde no fue la excepción, y uno de sus vecinos llegó con un profundo dolor de estómago que no le pasaba con nada. Lo primero que hizo ella fue escucharlo, le preguntó qué ha comido, cuánto ha descansado, como para analizar el caso. Salió de su casa, caminó unos treinta metros y recogió unas hojas de jayampa o también conocido como toé, que ayudan con los males estomacales.
Recostó al paciente, puso las hojas en el fuego de su cocina, como para calentarlas. Luego las colocó sobre el vientre adolorido para que absorba todas sus propiedades. Presionó fuerte por unos cinco minutos. Mientras tanto, puso el resto del toé en una olla con agua que puso a hervir. Esta infusión tendrá que ser tomada por su vecino en los siguientes tres días, solo debe comer alimentos hervidos, nada de frituras, ni ají, para dejar a la planta actuar. Luego de la curación, Manuela fue a dejar las hojas de regreso de donde las tomó y agradeció al bosque por el favor.
Santa Rosa de Huacaria es una comunidad de 200 personas camuflada en medio de unas enigmáticas montañas verdes entre Cusco y Madre de Dios, donde no parecen vivir seres humanos. Está ubicada al final del Valle del Kosñipata, uno de los lugares más biodiversos de esta parte del Perú. Es un apacible lugar en la Amazonía sur de Perú que se pobló con personas que decidieron dejar la vida nómade para vivir en comunidad, sin imaginarse que, con el asentamiento, sus vidas cambiarían para siempre.
Los bosques que ellos conocieron no son los mismos que en la actualidad. La deforestación es cada vez más intensa y los animales escapan hacia otros lugares, alejándose de donde estaban. Esto obliga a su población a caminar más horas para encontrar animales para comer. Esta situación conflictúa a la comunidad, pero también las obliga a adaptarse a estos cambios, como siempre han hecho.
Las poblaciones indígenas han vivido durante miles de años vivieron en medio del bosque, con una idea de bienestar distinta a la que están inmersos en la actualidad. En los últimos años, llegó la luz, la radio, el teléfono, las medicinas, el colegio, el Internet, y todo cambió sin marcha atrás. Una situación que viven todos los pueblos del mundo. Pero en este recóndito lugar, se conserva un pedazo de vida de valor incalculable.
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La pérdida
«Antes los niños ayudaban a sus padres en la chacra, seguían nuestras costumbres, salían a pescar, a buscar al bosque. Ahora ya no hacen nada de eso, están metidos en el Internet, que los está corrompiendo, con ideas malas en la cabeza.»
Manuela Ramos
Los días en Huacaria parecieran pasar sin sobresaltos. Niños se pelean por jugar con las tablets que les ha dado el Ministerio de Educación para que puedan llevar sus clases virtuales consecuencia de la pandemia de la COVID-19, mujeres tejen artesanías, señoras regresan de un baño en el río. Como toda comunidad, tiene su cancha de fútbol, la escuela y una posta donde el paracetamol y la aspirina alivian cualquier dolor, pero que, al mismo tiempo, esta moderna forma de curar está provocando el desinterés de los más jóvenes por aprender sobre plantas medicinales.
“Cada vez las personas quieren curarse más rápido y no siguen las indicaciones. Cuando uno se cura con plantas, tiene que dietar y hacer caso a lo que uno le recomienda. Luego, regresan y se quejan porque la planta no los curó, pero cuando les pregunto si siguieron las indicaciones dicen que no. Por eso ya no da ganas de curarlos”, nos cuenta Manuela Ramos, que anda muy preocupada porque los saberes ancestrales no se pierdan.
Con un poco más de setenta años, Manuela ha sido testigo de todos los cambios que han llegado desde fuera. Todo lo que sabe, lo aprendió de su madre, observándola, acompañándola, escuchándola. También conoció los cantos Eshuwa, una tradición oral que, según las leyendas harakmbut, se aprendieron de los animales del bosque, y se invocan a los espíritus para combatir las enfermedades o promover el bienestar. Hace diez años, la Unesco los declaró Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad y se dice que no quedan más de 20 personas que continúan con esta forma de curar. Manuela es una de ellas.
Los cantos y los saberes del bosque están luchando por sobrevivir. Los cambios sociales que están sufriendo los pueblos indígenas en general y la llegada de la tecnología, están haciendo que cada vez quedan menos personas sanen con su voz y menos pacientes que se entreguen al conocimiento del bosque.
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Protegiendo más que vida
«Sin bosque no tenemos protección frente a las enfermedades. He crecido y vivido toda mi vida con plantas medicinales, practicando en casa, curando».
Manuela Ramos.
Las comunidades amazónicas han empezado a ver distintas formas de no perder su cultura y sabiduría. Una de ellas es con el registro de las plantas medicinales, una iniciativa que en Madre de Dios fue promovida por del Consejo Harakbut Yine Matsegenka (COAHARYIMA), y viene siendo apoyada por el Instituto Nacional de Defensa de la Competencia y de la Protección de la Propiedad Intelectual (Indecopi), el Ministerio de Cultura (Mincul), el Gobierno Regional de Madre de Dios, la Federación Nativa del Río Madre de Dios y Afluentes (Fenamad) y la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental (SPDA). En el último año, se han entregado títulos por el registro de 337 conocimientos colectivos de los pueblos indígenas vinculados a los recursos biológicos a las comunidades nativas Ese’eja Infierno, Shintuya, y Santa Rosa de Huacaria.
“Entre los conocimientos tradicionales se encuentran aquellos relacionados con la biodiversidad, los cuales pueden incluir técnicas de cultivo y conservación de semillas; usos y aplicaciones de plantas medicinales; prácticas de caza y desarrollo de aparejos para la pesca; prácticas de construcción con materiales provenientes de la biodiversidad; prácticas y técnicas agrícolas (rotación de cultivos, cosecha de aguas, etc.); formas de gestionar y organizar el bosque y los paisajes; entre otras. Por su naturaleza, estos conocimientos son colectivos y se transmiten intergeneracionalmente de manera oral. Son saberes y prácticas colectivas que se asientan en la cultura ancestral de los pueblos indígenas”, dice Luis Calderón, en su texto “Imágenes de otredad y de frontera: antropología y pueblos amazónicos”. A ello, Dino Delgado, especialista del Programa Biodiversidad y Pueblos Indígenas de la SPDA, refuerza que “el objetivo de la protección de los conocimientos tradicionales es asegurar que no se utilicen sin autorización o se usen indebidamente, además de registrar esta sabiduría y así evitar que se pierda”.
En el país recién se empezó a prestar atención a los conocimientos que generan la población indígena desde 1992, con la aprobación del Convenio sobre la Diversidad Biológica. Indecopi realizó esfuerzos para comprender este tema y ver las formas jurídicas para resguardar esta sabiduría que ha durado miles de años. Desde aquella época, hasta la actualidad, se ha avanzado en algo: Perú cuenta con 6682 registros de conocimientos colectivos repartidos en 73 comunidades nativas, sin embargo, eso todavía lo sienten insuficiente.
“Las comunidades indígenas amazónicas han desarrollado una gran capacidad de adaptación a un ambiente particularmente hostil, con un alto grado de equilibrio y racionalidad en el uso de los recursos naturales. Esta misma situación de permanente adaptación al medio les ha permitido desarrollar un enorme bagaje de conocimientos teóricos y prácticos sobre su ambiente y sobre la diversidad biológica que lo compone y aplicar dichos conocimientos en la búsqueda de productos y procesos útiles para su supervivencia. La gran variedad de cultivos y plantas medicinales son los ejemplos típicos que expresan la existencia de conocimientos tradicionales susceptibles de ser protegidos jurídicamente”, comentó Manuel Ruiz, especialista en biodiversidad y conocimientos tradicionales de la SPDA, y una de las personas que ha estado detrás de estos registros que protejan el conocimiento ancestral.
Ante todos estos cambios, Manuela Ramos sigue optimista frente a ese futuro todavía incierto para las comunidades nativas. Espera que estos registros ayuden a la preservación de su cultura, así como también lograr que las nuevas generaciones se interesen más por ella, y no sean presas de la tecnología y lo que llamamos modernidad. “Tengo fe en los jóvenes que ahora están estudiando. Tienen que luchar por nuestras costumbres y cultura. Necesitamos personas con estudios que aporten en la comunidad, ya que si seguimos como estamos viviendo, vamos a desaparecer”, concluye.
Revisa además la siguiente infografía:
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