Revisitando Paracas: lo bueno y lo malo de su actual gestión / Por Marc Dourojeanni
lunes 7 de noviembre, 2016
Siempre que es posible visito Paracas. Nada, ni Machu Picchu, impresiona más a nuestros amigos brasileños o europeos que ese bello desierto absoluto y sus farallones y playas pletóricos de vida. Paracas siempre sorprende. Y, en esta última visita, la sorpresa no fue ofrecida apenas por la naturaleza y, en aquel día, su excepcional población de flamencos, sino por la obra del Gobierno. En efecto, algunos millones de soles están siendo invertidos para mejorar la infraestructura de visitación de esa Reserva Nacional y, por lo visto, lo que se está construyendo merece elogios.
Esta visita, más que las anteriores, me hizo recordar la década de 1960, cuando en el distrito de Paracas sólo existía el antiguo hotel que lleva su nombre y un pequeño conjunto de residencias veraniegas que resistían bravamente al viento. Aunque ya había algunas industrias pesqueras, nada era parecido al vibrante centro urbano actual ni a la pujante y omnipresente actividad económica basada en el turismo. Paracas es prueba irrefutable de los enormes beneficios económicos y sociales que genera un área natural protegida razonablemente bien manejada. Es un ejemplo convincente, para cerrarle la boca a cualquier economicista de esos que suelen quejarse de que las áreas naturales protegidas “sólo dan gastos” o que las acusan de ser “tierra sin uso, desperdiciada”.
Un poco de historia
Terminaba el año 1964 cuando Paul Pierret y quien escribe, en camino a Pampa Galeras (Ayacucho) vía Nazca, decidimos visitar Paracas al sur del hotel y del pequeño balneario del mismo nombre. No era un lugar desconocido. Pescadores, mineros, arqueólogos, geógrafos y muchos aventureros ya conocían bien la península tanto como el desierto y las playas al sur. Pero, hasta entonces nadie parecía haber visto Paracas como un lugar que merecía ser protegido por su belleza paisajística única y por su impar diversidad biológica costera. Para algunos era un sitio arqueológico e histórico[1]. Para casi todos Paracas era apenas un “desierto”. Para nosotros fue sólo recorrer la península por algunas horas para quedar convencidos de que ese lugar debía ser parte del proyecto de crear un sistema peruano de “parques nacionales y reservas equivalentes”, como por entonces se llamaba a las áreas naturales protegidas. Así constó en nuestros informes de ese y de otros viajes a Nazca y Pampa Galeras realizados ese mismo año[2] y en muchas otras misiones, en las que siempre aprovechamos para profundizar los recorridos en Paracas.
Pierret, experto belga de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) adscrito al proyecto que a partir de 1964 implementó la Facultad de Ciencias Forestales de La Molina y también el Instituto de Investigaciones Forestales (conformado por la Universidad y el Servicio Forestal y de Caza) estaba convencido que Paracas (lugar al que provisionalmente denominamos “Parque Nacional de la Costa”) debía ser protegido como parte de un circuito turístico que, a partir de Lima, llevaría hasta la futura Reserva Nacional de Pampa Galeras, aprovechando de paso las Líneas de Nazca y otros restos arqueológicos de las culturas Nazca y Paracas, además de los fósiles de Acarí y de otros lugares de esa región. Cuándo en 1966 el asesor británico Ian Grimwood también visitó Paracas, en compañía de Pierret y Dourojeanni, confirmó plenamente la importancia de incluir ese lugar en el sistema nacional de áreas protegidas[3].
En 1972, a pedido de la Dirección General Forestal, de Caza y Tierras, Manuel Ríos y Dourojeanni prepararon una memoria descriptiva para crear la tal área protegida en Paracas. Pero ese encargo fue condicionado a encoger la propuesta a un pequeño santuario nacional apenas en la península y con unas 15.000 ha[4]. Felizmente, esa alternativa no prosperó. Un año después, en 1973, uno de los autores de ese informe y también autor de esta nota, fue designado Director General, disponiendo se retome la idea original. Después de largas negociaciones, por Decreto Supremo 1281-AG de 1975, fue creada la Reserva Nacional de Paracas con 335.000 ha, abarcando toda la península, parte de la costa al sur de la misma y el mar adyacente.
En los años 1970 la Reserva incluyó las islas San Gallán y La Vieja (o Independencia). Pero no fue posible incluir como parte de la Reserva a las islas Ballesta que son las más accesibles desde Paracas. Felizmente, Antonio Brack hizo realidad ese propósito en 2009, creando la Reserva Nacional Sistema de Islas, Islotes y Puntas Guaneras, añadiendo atractivos. En 1979 se aprobó el primer plan maestro de Paracas, preparado con apoyo de la Universidad Nacional Agraria y de la cooperación técnica de Nueva Zelandia. Otro plan de manejo fue aprobado en 2002.
La Reserva Nacional de Paracas, después de su establecimiento, sufrió muchos embates. En los años 1980 hubo intentos reiterados de construir una costosa carretera asfaltada hasta la playa Carhuaz, para favorecer un loteamiento con fines de urbanización veraniega, en abierta contradicción con el plan de manejo. A lo anterior se sumó y asoció un intento de eliminar o cercenar la Reserva para legalizar una explotación de bentonita que ya venía ocurriendo ilegalmente[5]. La lucha fue difícil pero se logró salvar la Reserva. Más tarde, ya en este siglo, apareció la problemática asociada a la instalación de la planta de fraccionamiento del proyecto Gas de Camisea y al embarque del gas, en la zona de amortiguamiento de la Reserva, asunto que fue y continúa siendo ampliamente discutido.
Pero, en realidad, la mayor amenaza a la Reserva es ahora, como desde hace varias décadas, la creciente actividad pesquera “artesanal” que, en realidad, mal obedece reglas y que tiene un impacto deletéreo enorme en la biota. Ese continúa siendo un tema que las autoridades del SERNANP no enfrentan seriamente.
La evolución económica de Paracas
La pesca es una actividad económica obviamente muy importante para la Reserva y para el distrito de Paracas y otros vecinos. Aunque por ahora muy mal conducida, esa actividad será y debe seguir siendo crucial, siempre y cuando mantenga el equilibrio con el potencial del recurso y con la diversidad biológica característica de ese segmento privilegiado del mar peruano. También son significativas para el distrito las actividades industriales como el procesamiento del gas y de pescado y, por cierto, la actividad portuaria. Pero, aun sin citar estadísticas, es evidente que el turismo basado en las reservas nacionales ha sido el mayor vector de progreso económico y social en todo el distrito y en la provincia de Pisco.
De haber un único hotel en 1975 existirían ahora 78 hoteles y alojamientos en Paracas, de los que tres son hoteles o resorts cinco estrellas y dos son cuatro estrellas. La hotelería del distrito atiende bien a todo tipo de visitantes, desde los ricos y famosos hasta los mochileros. El número de restaurantes de todas las calidades y precios es enorme, tanto como las tiendas de artesanías y los establecimientos comerciales de todo tipo. La población, apenas estacional en los años 1970, ya era de unos 8.000 residentes en 2012 y seguramente más en la actualidad. El área urbana de Paracas se ha multiplicado, el número de muelles turísticos pasó de apenas uno a cuatro y el de embarcaciones turísticas de buena calidad alcanza posiblemente un centenar. El aeropuerto local ha incrementado el número de vuelos desde el que ahora también se cubre las Líneas de Nazca. Según el Sernanp, el distrito de Paracas tiene una inversión en infraestructura turística que supera los US$ 200 millones de dólares, pero es probable que esa apreciación se quede corta. No hay duda que el número de puestos de trabajo dedicado directa o indirectamente al turismo es muy grande y que brinda oportunidades salariales comparativamente atractivas.
Al parecer, el área natural protegida peruana con mayor afluencia de visitantes durante 2013 fue las Islas Ballestas, que forman parte de la Reserva Nacional Sistemas de Islas, Islotes y Puntas Guaneras, que registró 235.734 visitas. Le siguió la Reserva Nacional de Paracas que tuvo un flujo turístico de 200.572 personas, es decir, un incremento de 14% con respecto a la afluencia del 2012[6]. Por lo observado por el autor durante su visita en octubre de 2016 esas cifras ya deben haber sido ampliamente superadas. Vale la pena mencionar que en 2006 sólo 116.000 personas visitaron Paracas, o sea, el crecimiento de la demanda es muy rápido.
Cualquier análisis económico confirmará que crear la Reserva Nacional de Paracas ha sido un excelente negocio para el departamento de Ica y para la provincia de Pisco. El efecto multiplicador de la economía que tienen las áreas naturales protegidas es bien conocido de otros países, con ejemplos aún más espectaculares que el descrito. Pero, obviamente, lograr ese impacto requiere que, además de establecer y cuidar esas áreas naturales, se invierta en ellas o cerca de ellas para transformar los atractivos naturales en verdaderos productos turísticos. Eso es algo que en el Perú cuesta mucho hacer entender a los que tienen la llave del cofre.
Mejorías sí, pero, con mucho cuidado
Por eso fue muy satisfactorio descubrir que, finalmente, la Reserva Nacional de Paracas está recibiendo inversiones largamente esperadas para mejorar accesos, miradores, señalización e información, instalaciones sanitarias y control, entre otras. Mejor aún fue descubrir que esas infraestructuras están siendo financiadas por el Sector Turismo (Plan Copesco), como corresponde, pero respetando el plan de manejo del área, evitando deturpar el objetivo precipuo de conservar una muestra de la naturaleza, sin respetar el cual el propio turismo acabaría decayendo.
Subsiste, si, una duda sobre la capacidad del Sernanp o sobre el arreglo administrativo previsto para atender debidamente las nuevas infraestructuras. Por ejemplo, es excelente construir servicios higiénicos en los mirantes alejados de la Reserva, pero ¿quién va a cuidar de mantenerlos limpios, de abastecerlos de agua, o de evitar que sean pillados o destruidos? En esta visita como en decenas de otras previas, el autor no ha visto un sólo guardaparque al interior de la Reserva. Todos, como siempre, están agrupados a la entrada para cobrar y dar instrucciones -eso sí, muy gentilmente- a los visitantes, lo que está bien pero no es suficiente.
La visita a las Islas Ballestas también fue diferente de las anteriores. El embarque fue mucho más ordenado y las embarcaciones son mejores que las usadas en visitas previas. Pero contamos 16 barcos “amontonados” en los mismos lugares alrededor de los islotes, estorbándose los unos a los otros, y lo que es peor, pasando a veces a poco más de un metro de los lobos de mar y de otros animales. Es evidente que eso es perjudicial para la fauna, a la que pone en riesgo además de intranquilizarla y que también es vergonzoso en términos de turismo que se vanagloria de ser “ecológico” y civilizado. En las varias visitas realizadas a esas islas en los últimos años jamás observamos una lancha del Sernanp imponiendo un poco de orden o impartiendo instrucciones. De otra parte, las explicaciones sobre lo que se observa son cada vez más fantasiosas demostrando que la capacitación de los guías está perdiendo el rumbo. Nuestro guía no parecía saber que hay dos especies de lobo de mar ni tampoco pudo responder seriamente a muchas de las preguntas que los visitantes hacían. Aun así, lo que se ve en las islas guaneras es tan impactante que todos salen encantados de la visita.
Es evidente que dado el enorme número de visitantes a las islas guaneras debe abrirse la visita a otras islas, como San Gallán. Pero eso debe hacerse bajo reglas más estrictas que, sin desmejorar la experiencia de los turistas, responda a criterios científicos que apunten a preservar los animales y no tanto al espíritu competitivo de los pilotos de las embarcaciones y a la imaginación fértil de los guías. Aunque no lo crean los empresarios turísticos, es muy fácil matar a la gallina de los huevos de oro.
Otro problema en Paracas, que no es nuevo, es la lamentable apariencia y calidad de los restaurantes instalados en Lagunillas, que es un punto focal de la Reserva. Es indispensable prestar asistencia técnica y financiera para que esas instalaciones pasen a tener las cualidades que el lugar amerita. Este problema se reproduce, en proporciones mayores, en Rancherío y Laguna Grande, aunque el turismo en general no llega a esos lugares.
La Reserva Nacional de Paracas y la del Sistema de Islas, Islotes y Puntas Guaneras, sin insistir más en su importancia biológica, tienen un potencial turístico enorme y, lo que viene siendo realizado en Paracas está, sin duda, en el camino adecuado. Preservar el patrimonio natural del Perú ganando dinero y brindando trabajo digno es exactamente lo que puede y debe hacerse.
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