- El mar que baña las costas del litoral de la provincia de Huarmey, en el departamento de Áncash, sirve de hogar a una enorme diversidad de peces y mariscos que miles de pescadores y marisqueros artesanales aprovechan todo el año. Sin embargo, estas costas también son escenario de la pesca con explosivos, que a menudo opera con una dinámica distinta a la que se observa en los litorales de Lima e Ica.
Escribe: Santiago Bullard
[Para proteger la identidad y garantizar la seguridad de las fuentes, muchas de las personas que aparecen citadas en este artículo figuran con un nombre falso. Estos casos están señalados por un asterisco (*) al final de la primera mención de cada uno].
Las aguas que se arremolinan al fondo de los acantilados y entre las peñas de la costa de Áncash son el hogar de una enorme diversidad de especies que, a su vez, son el sustento de los cientos de pescadores y marisqueros artesanales que viven en la región. Pero la riqueza de estas costas se encuentra bajo amenaza debido a la presencia de la pesca ilegal, que en esta zona se hace presente bajo diversas modalidades.
La misma soledad de estos parajes los hace especialmente vulnerables: los chinchorros son arrastrados con frecuencia en las playas desiertas, mientras que las bolicheras (embarcaciones que tienen prohibido operar dentro de las primeras cinco millas náuticas) despliegan sus redes en las ensenadas remotas. Y a todo esto se suma la que parece ser una de las técnicas ilegales de pesca más prominentes en esta parte del país: la pesca con explosivos.
Las heridas de la pólvora
Sandro Paredes* tiene 60 años, y aunque ya ha pasado una década desde que decidió colgar el arpón, él todavía guarda un recuerdo muy vívido de los paisajes submarinos en los que transcurrió la mayor parte de su vida. Tenía 22 años cuando empezó a bucear para ganarse la vida. Él asegura que la pesca con explosivos es una práctica común desde hace décadas, e incluso cuando él era niño ya existían muchos ‘bomberos’ o ‘cueteros’, que es como llaman los pescadores a quienes se dedican a esta actividad ilícita. “Desde los años ochenta, nosotros ya veíamos cómo se reducían las poblaciones de las especies marinas, en buena parte por culpa de la pesca indiscriminada”, señala.
Como buzo, Paredes ha sido testigo de cómo quedan los fondos marinos: “He podido ver en varias ocasiones cómo ha quedado destruido el hábitat de todos estos peces de peña, y eso sin mencionar lo que tus ojos no pueden ver, porque el explosivo también mata a todos los microorganismos. Es un acto de exterminio”.
La pesca con explosivos tiene un efecto muy nocivo sobre los ecosistemas marinos, que en algunos casos pueden tardar años en recuperarse. “Las explosiones causan un silencio absoluto bajo el agua”, señala Fabio Castagnino, asesor en manejo de recursos de Gobernanza Marina de la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental (SPDA).
“Ningún pez que no se alimente de plancton podrá habitar ese lugar hasta que, con el paso del tiempo (y esto si es que no hay más detonaciones), nuevos organismos comiencen a colonizar el área y una comunidad pueda volver a formarse. Algunos estudios calculan que ello puede llegar a tardar años en ocurrir, dependiendo del lugar”, agrega el especialista.
Esta práctica ilegal afecta a los pescadores y marisqueros artesanales que dependen de la biodiversidad marina para subsistir, sobre todo porque ellos no pueden competir contra la efectividad de la pólvora. Sandro Paredes señala que “hoy en día, una gran mayoría de los que se convierten en buzos así, empíricamente, y que no tienen mucha conciencia de estos temas, han agarrado otra costumbre. El buzo ahora ya no quiere perder el tiempo pescando con arpón. Si encuentra un pozo donde hay peces grandes, ahí nomás va a comprar dinamita, o busca a los ‘bomberos’ para pasarles el dato”. De esta manera, muchos de los jóvenes que aprenden a bucear se estarían convirtiendo en informantes para las bandas de ‘bomberos’.
Lo mismo que en otras partes de la costa del país, los ‘bomberos’ que operan en la zona de Huarmey no trabajan solos. Para empezar, ellos suelen formar cuadrillas de tres a cuatro personas que son parte de una red en la que participan varios agentes; por ejemplo, los informantes a los que se refiere el buzo Paredes. En el centro de toda la organización, sin embargo, está la figura del comprador: quien además de adquirir y comercializar los productos, en muchas ocasiones se hace cargo de cubrir los gastos para alimentación y combustible de los ‘bomberos’, así como de la compra de dinamita.
Sandro Paredes afirma que aún existe mucha indiferencia por parte de las autoridades de cara a este problema. “No ha habido una actitud fehaciente para combatir esto. Creo que todos sabemos quiénes son los que se dedican a este tipo de pesca, pero la autoridad siempre ha brillado por su ausencia”.
De acuerdo con una encuesta realizada por la SPDA a pescadores y publicada en una Guía legal, ellos afirman tener una actitud general de desconfianza ante las autoridades, a quienes acusan por corrupción. Paredes afirma haber tenido experiencia similar a sus colegas encuestados: hace algunos años llegó un policía a buscarlo en su casa para ofrecerle dinamita. “Se la habían decomisado a un ‘bombero’, y como sabían que yo era buzo, pensaron que yo también me dedicaba a matar pescado con explosivos”, cuenta.
La cabrilla (Paralabrax humeralis), la chita (Anisotremus scapularis) y la lisa (Mugil cephalus) se cuentan entre los pescados más valorados que se capturan y se consumen aquí, pero también entre los más buscados por la pesca ilegal, según señala Paredes. Pero los efectos nocivos de la pesca con explosivos son mayores a los que se perciben a simple vista. La destrucción de los ecosistemas submarinos rocosos también puede tener un efecto devastador sobre otras especies de gran importancia comercial, incluidos algunos peces como el congrio (Genypterus maculatus) y, sobre todo, de moluscos como el pulpo (Octopus mimus), la lapa (Fissurella sp.) y el ‘barquillo’ o ‘chanque’ (Chiton spp.).
La disponibilidad de peces y mariscos es esencial también para el desarrollo del turismo en la zona. Paredes, al igual que otras fuentes locales, asegura que la mayor parte del pescado que se extrae con explosivos no está destinado a los mercados locales, pero la drástica reducción de las poblaciones silvestres de estos animales sí puede afectar la disponibilidad de los mismos recursos de los que dependen los restaurantes turísticos. La presencia de los ‘bomberos’ puede tener un efecto mucho más directo sobre el turismo, muchas de las zonas en las que operan a menudo se encuentran cerca de populares playas, como Punta Patillos. Incluso, Paredes cuenta que un turista vio a una cuadrilla de ‘bomberos’ recogiendo pescado y decidió filmarlos con el celular. “Al toque nomás fueron a donde estaba el turista, lo amenazaron y le quitaron el celular”, relata.
En costa de nadie
Como casi todos los buzos locales, Juan Javier Reyna* también ha tenido más de un encuentro cercano con los ‘bomberos’. Tiene 60 años, y la curtida piel de su rostro da testimonio de los 45 años que lleva dedicado a la extracción de mariscos. “Yo me los he encontrado un montón de veces. Incluso una vez casi me matan en [la playa] Infiernillo. Estaba buceando cuando llegaron los ‘bomberos’ para tirarle [explosivos] a la lisa. Pero como había neblina, no se habían fijado en que yo estaba allí. Menos mal que justo había salido a la superficie. Si no, a lo mejor ya no estaría aquí para contarlo”, cuenta. Una situación similar vivió en Playa Grande.
Según Sandro Paredes, muchos de los infractores son locales, aunque también hay otros que llegan de sitios como Barranca, Casma o Chimbote. Reyna dice que casi todos ellos viven en los barrios de La Victoria, Santo Domingo y Miramar, en el lado norte de la pequeña ciudad de Huarmey. Se los conoce, mayormente, por sus apodos. “Pura ‘chapa’ nomás son”, continúa diciendo Reyna: “Hay un tal ‘Chimbotano’, otro que le llaman ‘Canevo’, después dos hermanos que les dicen ‘los Pibes’, y también está ‘el Yunka’, que tiene carro… una camioneta de doble tracción”.
En los departamentos de Lima e Ica, por ejemplo, los ‘bomberos’ usualmente se transportan por mar, a bordo de embarcaciones que pueden o no ser propias, y luego descargan sus productos en puntos donde puedan esquivar los controles con los que usualmente tendrían que lidiar en los muelles, como por ejemplo en playas o en pequeñas caletas. Allí los espera un vehículo que, a su vez, se hace cargo de transportar el pescado a donde el comprador le diga que debe llevarlo. Pero las cosas funcionan de otra manera aquí, en la zona de Huarmey.
Para entender la forma en que suelen operar, primero hay que hacerse una idea de cómo es la geografía de esta parte de la costa ancashina. Casi todas las playas de la zona están separadas de la Panamericana por una franja de desierto plagado de cerros. En algunos puntos, la distancia que separa a la carretera del mar es de más de seis kilómetros. El terreno, sin embargo, es engañoso, ya que en muchas partes no es de arena, sino más bien de una tierra rojiza y dura. Los conductores que conocen la zona saben cómo circular por estos territorios para llegar hasta el mar sin atollarse, y muchos pescadores y marisqueros artesanales se mueven por la zona en autos pequeños o en motocicletas.
Algo parecido pasa con los ‘bomberos’. En lugar de recurrir a una embarcación, casi todos circulan en auto, e incluso hay varios choferes con los que trabajan de manera regular. Juan Javier Reyna explica que recién cuando los ‘bomberos’ han llegado al lugar donde piensan extraer el pescado, ellos preparan sus ‘bolas’ (que es como llaman al explosivo una vez que está armado) y se meten en el mar sobre un bote inflable o una cámara de llanta.
“Se alejan unas 3 a 5 brazadas, quizá hasta 6, dependiendo de qué tan lejos estén las peñas, y desde ahí es que lanzan los explosivos”, señala Reyna. Luego recogen el pescado que sale a flote sobre la superficie (en el caso de especies como la chita o la cabrilla), y además llevan consigo trajes de neopreno y otros artículos de buceo para sacar los pescados muertos que pudieran haber ido a parar al fondo.
“En Playa Grande los ves todos los días, pero también paran en otras playas como Vapor, Infiernillo, Lobitos, Punta Patillos, Cashco… ¡Y en Castillo también, ah! Aunque no lo creas, ellos se van a ‘bombear’ por ese cerro alto que está allá”, agrega.
Una vez han terminado de recoger el pescado, los ‘bomberos’ cargan su botín en el mismo vehículo en el que llegaron y se lo llevan todo a los compradores, cuyos locales se encuentran en barrios como La Victoria y Santo Domingo. “De ahí lo mandan todo para Lima”, dice Reyna.
Pero las actividades ilícitas de los ‘bomberos’ que operan en los alrededores de Huarmey no parecen reducirse a la pesca con explosivos. De acuerdo con Juan Javier Reyna, ellos también son los que se dedican a la caza ilegal de patillos y chuitas, nombres con los que la gente local se refiere a dos especies de cormoranes: el guanay (Leucocarbo bougainvillii) y el de patas rojas (Poikilocarbo gaimardi). Las poblaciones de ambas especies se han reducido drásticamente en el transcurso de las últimas décadas, sobre todo debido al impacto de la sobrepesca, según datos de la Unión Internacional por la Conservación de la Naturaleza (UICN), y hoy se encuentran amenazadas. En el Perú, las dos se encuentran protegidas según el artículo 3 del Decreto Supremo 004-2014-MINAGRI, pero aun así se las caza activamente en los alrededores de Huarmey, pues su carne es el ingrediente principal en la preparación de diversos platos locales destinados al consumo humano.
“De noche lo hacen, en las islas. Van, las alumbran con la linterna y ellas se quedan como paralizadas. De ahí las agarran por el pescuezo, le dan vuelta y las matan”, dice Reyna. También señala que la cacería se produce, a veces, durante el día, “con bomba, igual que al pescado. Ahí donde ven que [las aves] se agrupan, ellos tiran la ‘bola’. Pero le ponen una mecha chiquita nomás, para que reviente rápido”, señala y dice que hacen esto solo para asustarlas. Una vez que los cazadores han reunido una buena cantidad de aves muertas, se las llevan a alguna orilla o peña remota. Allí decapitan, evisceran y despellejan a los cormoranes para quedarse solo con el cuerpo. Luego, cuando se marchan, todo lo que queda sobre las piedras y la arena son las cabezas y los pellejos sanguinolentos de decenas (a veces incluso de centenares) de aves, que pronto serán reducidos a poco más que huesos y plumas por los gallinazos y los cangrejos.
“Son tres o cuatro grupos los que se dedican a esto, pero todos ellos también están metidos en la pesca con explosivos”, afirma Juan Javier Reyna. Estos hechos pueden encontrar relación con un reporte publicado por el Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre (Serfor), el 9 de mayo del 2020: en el transcurso de un operativo en el que participaron la Policía Nacional del Perú, la Fiscalía Provincial Especializada en Materia Ambiental (FEMA) del Santa y el propio Serfor, se hallaron los restos de 71 chuitas y 381 guanayes muertos en una playa del cercano distrito de Culebras. El segundo día, que fue cuando se contó el mayor número de aves marinas muertas, también se descubrió que junto a ellas había ocho mechas de dinamita.
En Huarmey, al igual que en otras partes del litoral, el problema no radica en el desconocimiento de las operaciones y los movimientos de los ‘bomberos’. Los testimonios de Juan Javier Reyna, más bien, dan a entender que sus actividades (e identidades) son de conocimiento común para la gente local, y sobre todo para los pescadores y marisqueros que trabajan en las mismas áreas donde ellos extraen el pescado. Para él, lo mismo que para Sandro Paredes, buena parte de la responsabilidad recae sobre las autoridades locales. Reyna, de hecho, asegura haber ido a denunciar a los ‘bomberos’ las dos veces que estos arrojaron sus explosivos mientras él estaba en el agua, pero en ambas ocasiones fue en vano.
“Lo que tienen que hacer es meterlos a todos presos”, se queja Juan Javier Reyna. “Todos los días [los ‘bomberos’] están malogrando las zonas de pesca, y ya no hay dónde ir a pescar. La pobre gente va, y de ahí regresan igual que cuando se fueron. No sacan nada porque ya han estado ahí ‘bombeando’ un día antes. Entonces qué va a picar, también, si todo el pescado está muerto”, concluye.
De las quebradas al mar
Para dar con el origen de la dinamita que los ‘bomberos’ utilizan, hay que dirigir la vista hacia los cerros que se alzan al otro lado de la carretera Panamericana. Es allí, entre los pedregales y las quebradas resecas, que se asientan los campamentos de los mineros informales de la zona. Muchas de las decenas de trochas afirmadas (que a veces no son más que simples rastros de llantas sobre la arena) que se separan de las carreteras y se pierden en el desierto llevan a los territorios de las federaciones mineras, las cuales se dedican sobre todo a la extracción de oro y cobre.
“Hace un tiempo ‘chaparon’ a una persona que tenía un arsenal [de dinamita] en su cuarto… era ese tal ‘Canevo’”, comenta Juan Javier Reyna. De acuerdo al buzo, la policía había capturado a este ‘bombero’ hacía cerca de un año, aunque –según refiere– lo soltaron casi a los tres días. “Él dijo que le traían [la dinamita] de las minas [que están] en las quebradas”, agrega. Esta información coincide con una noticia publicada en el portal Áncash al Día, en abril de 2020, sobre una intervención policial a la vivienda de José Zapata Gularte. 1242 cartuchos de dinamita y un rollo de 500 metros de mecha lenta fueron encontrados en su casa ubicada en el barrio huarmeyano de La Victoria.
Una de las ventajas que ofrecen los campamentos mineros informales para el comercio ilícito de explosivos es que muchos de ellos se encuentran relativamente cerca de la costa. A ello se suma el hecho de que los caminos de tierra que llevan a dichos asentamientos cruzan el desierto, lo que hace que sea más difícil mantener un control de los vehículos.
Tal y como lo señala Reyna, muchos de estos campamentos mineros se encuentran en torno a las quebradas. Los testimonios de los locales coinciden con los datos que se encuentran en el reporte “Actividad Minera Informal en las Regiones de Áncash y Cusco”, elaborado por la Dirección de Recursos Minerales y Energéticos y publicado por el Ingemmet a través de su Boletín, en el año 2019.
Unos 16 kilómetros al norte de Huarmey, por ejemplo, se encuentra el río Culebras, el cual corre en paralelo a una pequeña carretera que lleva desde la Panamericana hasta el Yupash, en el distrito de Pira, provincia de Huaraz. Siguiendo por esta ruta, a menos de 14 kilómetros de la Panamericana, se encuentran el pueblo de Molino y el cerro Carbonera, en cuyos alrededores se practica la minería informal.
También hay centros mineros informales en las quebradas que rodean al río Huarmey, el mismo que pasa al sur del pueblo que lleva el mismo nombre. Más específicamente, en los alrededores de la quebrada Pedregal, a la altura del pueblo de Barbacay. Bastante más arriba, siguiendo por la misma carretera que lleva hacia la sierra, y más o menos a la altura del pueblo de Coris, se encuentra la quebrada Bernapuquio, donde también se ha registrado actividad minera.
Al sur de Huarmey también hay centros mineros informales cercanos a la costa. Así, por ejemplo, en las quebradas Murpa y Gramadal, en los cerros Piedras Gordas y Baco, y también en la zona conocida como Pampa Lupín, que se encuentra más o menos a la altura de la playa Bermejo, pero yendo hacia el este desde la carretera Panamericana.
Este mapeo rápido muestra que existen numerosos centros mineros informales tanto al norte como al este y al sur de Huarmey, y casi todos ellos se encuentran a pocas horas de viaje desde la costa. En esta clase de campamentos no suele haber un control muy estricto sobre la dinamita que sale de los polvorines, por lo que es muy sencillo que los trabajadores de las minas, los administradores de los almacenes o los mismos socios de las federaciones mineras locales la comercien por su lado.
De acuerdo con un informe elaborado por el Instituto del Mar del Perú (Imarpe), en el año 2015, el traslado de la dinamita a las zonas de pesca en Huarmey es realizada por personas jóvenes llamadas ‘burritos’, quienes pueden transportar entre 30 y 40 cartuchos al interior de una mochila. Además, señala que es posible que una parte de la dinamita que se usa en Huarmey provenga de Barranca, en el norte del departamento de Lima. En todo caso, es muy probable que cada cuadrilla de ‘bomberos’ (o cada uno de los compradores con los que trabajan) tenga más de un canal para la adquisición de los explosivos, pues estos mercados ilícitos tienden a ser flexibles y fluctuantes.
Según el informe del Imarpe, el armado de cada una de estas bolas explosivas puede requerir entre 4 y 6 cartuchos de dinamita (llamados ‘canillas’ o ‘chupetes’), aunque Reyna asegura que hay quienes usan incluso hasta 8 o 10. La pólvora se vierte al interior de una bolsa, donde también se mete una piedra para asegurarse de que el paquete se hunda. El fulminante (que puede ser de cobre, aluminio o bronce) se instala en el centro de la carga, y a él va conectado la mecha.
Reyna asegura que, en ciertos casos, una cuadrilla de ‘bomberos’ puede llegar a arrojar varios de estos explosivos cada vez, en un número que podría variar según la cantidad y la especie de peces que desean extraer. Por ejemplo, hay especies como la corvina (Cilus gilberti) y la lisa que requieren de una mayor carga explosiva que otras. Sandro Paredes, por su parte, refiere que incluso hubo un caso en el que un ‘bombero’ falleció luego de que la ‘bola’ que iba a arrojar a los peces le reventara en la mano.
Con esta información, se puede concluir que el control del comercio ilegal de dinamita resulta esencial en la lucha contra la pesca con explosivos, en paralelo con la fiscalización directa a los ‘bomberos’ y al control de los canales de venta y distribución de los pescados obtenidos mediante esta técnica ilícita.
El silencio de las caletas
Culebras es un pueblo pequeño, de calles sinuosas y apretadas que descienden gradualmente hasta la orilla del mar. A lo largo del breve malecón se ven unos pocos quioscos pequeños, donde algunos pescadores almuerzan al paso, y numerosas embarcaciones se tambalean débilmente sobre la superficie del mar. A un lado del muelle, plagado de pelícanos y gaviotas, se encuentra el desembarcadero de la caleta. A las dos de la tarde solo hay unas pocas personas dedicadas a la tarea de limpiar pejerreyes, además de un joven buzo que lava los congrios que acaba de sacar.
Bernardo Falcón* es un hombre bastante mayor, y aunque supera en edad a Sandro Paredes, no parece dispuesto a abandonar la pesca. “Llevo trabajando en esto desde 1970”, dice en el local de la Asociación de Pescadores Artesanales Alfredo Reyes, la más antigua de su poblado.
“Este es un pueblo tranquilo. Los que se dedican a la pesca ilegal no son de aquí, vienen de otros sitios. Cuando vienen embarcaciones de otros lugares es que hemos tenido conflictos con otras asociaciones [de pescadores], por el motivo de que no acatan [las normas]”, dice Falcón.
Muchos de los puntos donde operan los ‘bomberos’ locales, menciona Falcón, pertenecen al distrito de Culebras, por ejemplo, las playas Castillo, Cashco, Punta Patillos y Canaco, entre otros. Además, resalta el caso de Playa Grande (que se encuentra muy cerca de allí, aunque pertenece a la provincia de Casma), donde se puede ver a los ‘bomberos’ a diario. “Eso es algo de todos los días. Como hay camino hasta la misma playa, entran en auto, y ahí se cuadran”, señala.
Los pescadores de Culebras son duramente afectados por las actividades de los ‘bomberos’. De acuerdo con Falcón, la sobrepesca no es más que la primera parte del problema, ya que los explosivos no solo matan a una parte significativa del pescado, sino que además espanta a los demás peces de la zona. “Afecta mucho a la economía del pescador. [Los ‘bomberos’] son gente que gana un día y si quieren ya no trabajan un mes, pero están matando al resto de familias que vivimos del sustento diario”, comenta. “Ahora la pesca está baja. Yo he llegado a estar 17 días sin ganar un sol”, agrega.
En Culebras, la pesca con explosivos ya se ha cobrado una víctima. “El señor era buzo, y justo se fue a bucear un día que entraron [los ‘bomberos’] a sacar lisa, y [el efecto de la explosión] le llegó al oído. En ese momento él ha salido flotando, de doce brazadas que estaba sumergido, hasta la superficie, ya con sangre en los oídos”, relata Falcón. Trataron de llevar al buzo a un hospital para que fuera atendido de emergencia, pero no sobrevivió. “Y fue con el sonido, nomás, de la bomba. Es bien peligroso”, agrega.
En esta situación, Falcón y los pescadores se preguntan: “¿Cómo hacemos para agarrarlos a estos [‘bomberos’]? ¡Pero qué los vamos a agarrar, si no tenemos apoyo de la autoridad! Yo, por ejemplo, le he pedido al alcalde para hacer rutina [de monitoreo y vigilancia], y me quisieron nombrar jefe de seguridad ciudadana, pero yo le dije: ¿qué voy a ganar apoyando? Porque yo no voy a ganar haberes, yo trabajo en el mar. Entonces, si yo me voy a dedicar a la rutina diaria, ¿de qué voy a vivir? Yo no puedo dejar de trabajar”, relata el representante de la asociación de pescadores.
“Aquí debemos apoyarnos todos. Somos entre 450 y 500 pescadores, y además hay compradores, lavadores, todo. Pero aquí cada uno tira para su lado. Nadie quiere apoyar por la misma situación que a la autoridad competente no le interesa el problema”, añade.
En otros tiempos, sin embargo, esto no era así. Bernardo Falcón señala, al igual que Sandro Paredes, que los pescadores de Culebras antes sí se enfrentaban a los ‘bomberos’ e incluso llegaban al punto de varar las embarcaciones de los que llegaban a las playas por mar en lugar de hacerlo por tierra. “Los buzos de acá se iban a trabajar, y donde veían que estaban reventando pescado, iban a sacar los botes del agua. Al día siguiente, nomás, los ‘bomberos’ ya encontraban su embarcación varada”, afirma.
Falcón señala que al presidente de la asociación de pescadores a la que representa ya lo han amenazado. “Contigo quizá no podemos, pero con tu familia sí”, fue lo que le dijeron. Pero el incidente definitivo, lo que realmente hizo sentir a los pescadores locales que las autoridades no estaban de su lado, fue lo que le sucedió a Carmen Auccasi, quien ocupa el cargo de Sargento de Playa desde hace once años.
Carmen Auccasi es una señora de edad avanzada. De pie, en el marco de la puerta de su vivienda, habla por celular con una mezcla de autoridad e indignación. Apenas cuelga, señala que un pescador acababa de informarle que en ese instante había una cuadrilla de ‘bomberos’ matando peces en la playa Cashco. No es lejos, pero para llegar a tiempo hace falta un vehículo y, según explica, la comisaría de Culebras no cuenta con uno.
La Sargento de Playa lleva tantos años luchando contra la pesca con explosivos, que incluso hace unos años viajó hasta Huarmey para poner una denuncia contra una cuadrilla de ‘bomberos’. “Pero lo que hicieron fue acusarme de no tener evidencia para sustentar mi denuncia, y me detuvieron a mí”, dice Auccasi. Aparentemente, fue a raíz de este suceso que los pescadores y los marisqueros locales optaron por desentenderse del problema por completo. Falcón señala que las autoridades muchas veces los alientan a denunciar a los infractores, pero ya nadie quiere hacerlo, para evitar meterse en problemas.
Los ‘bomberos’, por su parte, han perfeccionado su juego. Sandro Paredes cuenta que ellos llevan a otros miembros de sus familias cuando van a sacar pescado, para dar como coartada un paseo familiar por circular en vehículo por las playas. La Sargento Auccasi señala que ellos muchas veces llevan redes y las llenan con cangrejo o con mariscos, para aparentar que realizan otra actividad. “Acá ya no hay ni pesca, y nadie apoya”, dice Aucassi. “¿Nosotros qué podemos hacer? El que no pesca, no come, y nadie aquí tiene tiempo ni medios para enfrentarse a los ‘bomberos’”, agrega. La realidad del pescador se define en el día a día, pero a menudo asume tintes sombríos, pues para ellos la pesca ilegal representa hambre y escasez de recursos. Y como dice Falcón: “Aquí el pescador vive de su propia realidad”.
Sin la presencia y el apoyo efectivos de las autoridades, es poco lo que los pescadores artesanales pueden hacer para enfrentarse a la pesca ilegal en general y a la pesca con explosivos en particular.
“La prohibición ya existe, está ahí, pero todos se hacen de oídos sordos”, reclama Falcón. Para él, lo que hace falta es un mayor control, y no solo en las playas. “Si se quiere acabar con los ‘bomberos’, primero hay que hacer algo con las minas informales, que es de donde traen los explosivos”, señala.
Lo cierto es que, mientras la gente local siga sintiendo que las autoridades les han dado la espalda, el aura general entre los pescadores afectados por la pesca ilegal estará dominada por la resignación. “Como seres humanos, no debemos ceder al egoísmo. Hay que pensar en lo que vamos a dejar para las nuevas generaciones”, sentencia Sandro Paredes. El problema, en palabras del propio buzo, es precisamente que “al mar no lo defiende nadie”.
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El reportaje fue publicado originalmente en Mar del Perú.
Este reportaje está dedicado a la memoria de don Hermenegildo Díaz, pescador huanchaquero y maestro del arte ancestral del caballito de totora, quien falleció entre los suyos en las mismas fechas en que se llevaba a cabo esta investigación. Que su profundo amor por el mar, evidenciado en largos años de lucha para defender sus recursos, se convierta en ejemplo e inspiración para todos nosotros.
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