Por: Ricardo Bandin Llanos / Gobernanza Marina de la SPDA
Las actividades de pesca comercial en el mundo se dividen generalmente en dos categorías: las de gran escala (también llamadas «pesca industrial») o las de pequeña escala (también llamada «pesca artesanal»). En el Perú, la normativa pesquera reserva una franja isoparalitoral[1] de cinco millas náuticas de amplitud para que la pesca de pequeña escala pueda operar con exclusividad, libre de la interferencia y competencia de la pesca industrial, que puede operar en todo el resto del mar territorial. Dicha franja se instauró con la intención de resguardar a los stocks pesqueros y a sus hábitats de los impactos negativos que podría causarles la operación de las poderosas flotas industriales.
Este ordenamiento espacial de la pesca parecería ser suficiente para garantizar la sostenibilidad de la pesca en la franja de cinco millas náuticas, pero no lo es. El problema principal es que las embarcaciones de pequeña escala son muy variadas en cuanto a tamaño, artes y métodos de pesca disponibles, mecanización del arte de pesca, propulsión, equipamiento y autonomía de navegación, arqueo o capacidad de bodega, tripulación, etc. Todo esto se traduce en la presencia de embarcaciones con poderes de pesca muy dispares, que compiten por los mismos recursos, sobre todo en las primeras millas costeras.
Por ejemplo, tenemos chalanas a remo que pescan con red de cortina en el mismo espacio en el que botes con motor fuera de borda pescan con cerco: ambos persiguen pejerrey, lisa o cachema. O tenemos botes a vela que pescan con pinta que compiten con lanchas motorizadas que pescan con red de arrastre: ambos buscan merluza.
Esta guerra sin cuartel, agudizada desde hace 15 años con el crecimiento incontrolado de toda la flota de pequeña escala y la ínfima capacidad fiscalizadora estatal, la vienen ganando las embarcaciones más grandes, que emplean artes de pesca activos y de baja selectividad como son las redes de arrastre de fondo y las redes de cerco de consumo. Y quienes la vienen perdiendo son los pescadores que emplean embarcaciones de menor tamaño, con artes de pesca pasivos y selectivos (como la pinta y la cortina), que operan mayormente circunscritos a las primeras millas costeras, y que no pueden competir económicamente con los grandes volúmenes desembarcados por sus contendores, quienes, a su vez, hacen caer los precios en playa, lo que empeora la situación. Esto ha llevado al desarrollo de conflictos entre pescadores «masivos» (cerqueros y arrastreros) y pescadores «selectivos» (pinteros, cortineros, espineleros, tramperos), que no pueden ser resueltos hasta hoy.
Otros grandes perdedores de esta guerra son los stocks y el ambiente marino, pues las redes de cerco y arrastre de fondo, al ser poco selectivas, generan importantes capturas incidentales no solo de recursos objetivo en estadio juvenil, sino también de otros recursos hidrobiológicos y fauna marina concurrentes a sus operaciones de pesca. Esta captura incidental generalmente se descarta, lo que implica un desperdicio de la productividad de los stocks y la renovación de las poblaciones de fauna marina.
Por otra parte, las redes de arrastre, al tener contacto físico con los fondos durante su operación, casi siempre los alteran y afectan a su biodiversidad asociada. Igualmente, cuando los cercos de consumo operan en zonas cuya profundidad es menor a la altura de sus redes (de hasta 54 m), también incurren en el efecto de «arrastre de fondo». Todo ello perjudica la conservación de los recursos hidrobiológicos que dependen fuertemente de la integridad ecológica de las cinco millas náuticas, lo que, a la larga, hará insostenibles a todas las pesquerías basadas directa o indirectamente en ellos. Para entonces, los que hasta hoy se consideran «ganadores» también habrán perdido.
En previsión de tal escenario, la normativa pesquera vigente ya tiene contempladas ciertas medidas de ordenamiento espacial. Por ejemplo, las redes de arrastre de fondo de pequeña escala están prohibidas de operar dentro de la franja de resguardo de cinco millas náuticas; los cercos anchoveteros para consumo humano directo (CHD) están prohibidos de operar dentro de la franja isoparalitoral correspondiente a las tres primeras millas náuticas; y en Tumbes, un caso paradigmático, está prohibida la operación de toda red de arrastre y toda red de cerco dentro de la franja de resguardo de cinco millas náuticas. Sin embargo, la Dirección de Capitanía de Puertos (Dicapi) y Produce no han podido fiscalizar adecuadamente esta normativa, especialmente en lo referido a la operación ilegal de las embarcaciones arrastreras de pequeña escala. Por otra parte, la normativa actual (con excepción del caso de Tumbes) se hizo laxa respecto del ordenamiento espacial histórico de los cercos de consumo, pues entre 1992 y 1995, todo cerco estaba prohibido de operar en la franja de resguardo de cinco millas náuticas. Al menos a nivel normativo, se protegían las primeras millas náuticas.
A fin de subsanar este último aspecto, proponemos las siguientes medidas:
- Prohibir la operación de todo tipo de red de cerco en la franja isoparalitoral correspondiente a la primera milla náutica costera, a fin de resguardar en ella la integridad de zonas clave para la reproducción, crecimiento, refugio y alimentación de ciertas especies marinas, así como para reforzar la conservación de stocks y biodiversidad marina que suelen concentrarse en dicho ámbito y cuya sostenibilidad se ha visto afectada con el desordenado e incontrolado crecimiento del esfuerzo pesquero en los últimos 15 años.
- Establecer restricciones diferenciadas geopolíticamente para el denominado «cerco CHD»[2]. Las embarcaciones que emplean el cerco CHD tienen mayor capacidad de bodega, mejor autonomía, mejor nivel de tecnificación y mayor altura de red con respecto al resto de cercos de consumo. Especialmente, en relación a este último aspecto y a fin de reducir significativamente la ocurrencia del efecto «arrastre de fondo» asociado a los cercos CHD, proponemos establecer para ellos diferentes franjas isoparalitorales de exclusión por grupos de regiones. Una primera franja correspondería a las cinco primeras millas náuticas costeras para Piura, Lambayeque y La Libertad (conjunto al que se integraría la región Tumbes, que ya tiene una regulación consistente con nuestra propuesta, y que, junto a las otras tres, integraría la «macrorregión norte»); otra correspondiente a las tres primeras millas náuticas costeras para Áncash, Lima e Ica («macrorregión centro») y una última correspondiente a las dos primeras millas náuticas costeras para Arequipa, Moquegua y Tacna («macrorregión sur»).
- A fin de reforzar la efectiva fiscalización de las medidas propuestas, proponemos imponer el uso de sistemas de seguimiento satelital o sistemas alternativos como una obligación progresiva para todas las embarcaciones de cerco de consumo. Esto tiene la finalidad de facilitar a las autoridades la vigilancia y el seguimiento de las faenas de pesca, reforzar la seguridad de sus tripulaciones en el mar y generar estadísticas de su desempeño. Para la instalación de dichos sistemas, sugerimos un proceso progresivo que, al cabo de cinco años, tenga a la flota de cercos de consumo totalmente implementada.
Prevemos que tales propuestas generarán un rechazo por parte de los armadores y tripulantes que trabajan en embarcaciones de cercos de consumo, ya que estos se reivindican como pescadores artesanales y no querrán verse sujetos a restricciones espaciales, ni al seguimiento satelital, ni mucho menos al pago de derechos de pesca en caso sean más adelante catalogados como flotas de menor escala.
Por ello, los cambios normativos propuestos deben estar acompañados de incentivos adecuados como subsidios para la implementación del seguimiento espacial, facilidades para incorporarse a programas de investigación que tengan por objetivo tanto mejorar la selectividad de sus redes como minimizar las interacciones negativas con fauna marina o especies protegidas, entre otros.
Creemos que tales medidas contribuirán no solo a resolver los conflictos por la superposición de zonas de pesca entre los cercos de consumo y pescadores artesanales que emplean artes de pesca pasivos y más selectivos. También, a recuperar la diversidad y abundancia de la biodiversidad marina costera, lo que incluye la productividad de los stocks actualmente explotados por las pesquerías de pequeña escala.
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[1] Superficie imaginaria sobre la superficie del mar, definida por la línea de base costera (un trazo «suavizado» de la línea de costa), y una línea que se traza paralela a ella a una distancia preestablecida; en este caso, cinco millas náuticas.
[2] Ver Guevara-Carrasco y Bertrand (2017)
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