[Opinión] “Proteger árboles de la ciudad” versus “Proteger bosques de la Amazonía”

Foto: Marc Dourojeanni

El árbol y el bosque

Escribe Marc Dourojeanni

 

Preocuparse más por el árbol que por el bosque o, por el contrario, solo dar atención al bosque descuidando el árbol es un dilema común de la política y, en especial, de la política ambiental. El reciente debate en torno a la eliminación de árboles por ampliación de una avenida, entre profesionales y estudiantes forestales de la Universidad Nacional Agraria y las municipalidades, es un ejemplo literal de ese dilema. El caso, que se arrastró por varias semanas, ha generado toda clase de reacciones y una serie de sátiras que, precisamente, llaman la atención sobre el sinuoso límite entre lo importante y lo aparentemente superfluo. ¿Puede colocarse en una misma escala de valores la poda o eliminación de unos cuántos arboles exóticos viejos en medio de Lima con la deforestación, que ocurre simultáneamente, de miles de hectáreas de bosques nativos amazónicos valiosos? ¿Es válido hacer esas comparaciones?

Es muy importante que las ciudades estén arborizadas y con una adecuada proporción de áreas verdes. Es legítimo exigir que las autoridades cumplan con esa responsabilidad y, obviamente, no se espera que vayan en el contramano, eliminando los pocos árboles que una ciudad polvorienta como Lima posee. Además, hay árboles que son monumentos y que deben ser respetados a todo costo, como la higuera de Pizarro o los olivos de San Isidro. Pero, de otra parte, las ciudades son espacios en constante reforma y si estas son justificadas, eso implica sacrificios, como es la eliminación de árboles que las estorban y la tala o poda de árboles viejos y enfermos que, por eso, pueden constituir un peligro. Los árboles crecen, alcanzan su plenitud y un día se enferman y mueren. Quien escribe conoció los árboles de este cuento a mediados de la década de 1950, cuando ya eran viejos. Esos árboles lo acompañaron todo día, de ida y vuelta, durante gran parte de su vida profesional y eventualmente hasta el presente. Y, bajo cualquier parámetro, la mayor parte debía haber sido talada hace décadas. Pero, aquí no se trata de discutir si tal o cual árbol debía o no sobrevivir.

Al año, miles de hectáreas de bosques son deforestadas en nuestra Amazonía, por diversas actividades. Foto: Thomas Müller / SPDA

Lo importante es que la defensa de esos árboles generó un movimiento vecinal y estudiantil inusitado que, contrariando una larga pasividad política, llevó jóvenes universitarios a diseñar pancartas, emitir comunicados, pintar paredes, hacer manifestaciones. Inclusive, enfrentando a la autoridad y a realizar debates y discutir mucho, entre ellos y con las autoridades ediles y con sus profesores y, aún más importante, a obtener la simpatía de los vecinos de La Molina. Eso es de por sí un resultado ampliamente positivo pues contribuyó a educar a la opinión pública sobre la demasiado olvidada importancia de lo verde y a dar una lección a alcaldes y otras autoridades prepotentes. Pero, sin duda, sus acciones aumentaron mucho el gasto de dinero público para rescatar árboles que probablemente no justificaban esa inversión.

En términos concretos, la lucha de los molineros posiblemente permitirá salvar, a lo largo de 2018, algunos cientos de árboles. Pero se sabe que durante 2018 desaparecerán probablemente otras 160 mil hectáreas de bosques amazónicos peruanos y que en cada hectárea derrumbada y quemada se eliminarán más árboles nativos que todos los exóticos que con tanto esfuerzo se salvarán en La Molina. La diferencia de escala es abrumadora y aún mayor cuando se comparan los perjuicios que traerá al Perú la deforestación de su Selva, en términos de diversidad biológica perdida, servicios ambientales comprometidos y daños irremediable a la sociedad y a la economía. Esa contradicción fue puesta en evidencia por varios de los muchos que en las redes sociales comentaron e ironizaron sobre el episodio.

Manifestación ciudadana contra la tala de árboles en La Molina. Foto: Campaña «La Molina no se tala»

¿Puede demandarse de jóvenes universitarios luchar contra la deforestación insensata de la Amazonía? Pues en este caso específico sí, sin duda, pues ellos son estudiantes de Ingeniería Forestal de la más antigua facultad forestal del Perú y, por lo tanto, nadie mejor que ellos para estar informados de lo que ocurre con el recurso que es su razón de ser profesional. La lucha contra la destrucción de los bosques o a favor de su aprovechamiento sostenible debería ser el eje de su vocación y de sus pensamientos y acciones. Es difícil siquiera imaginar un forestal que no se sienta profundamente afectado por la eliminación del bosque y para quien eso no sea un acicate para la acción. Pero, ¿es justo exigir de ellos lo que sus mayores no consiguieron a lo largo de seis décadas de ejercicio profesional?

[Leer además-> ¿Es necesario un Ministerio del Ambiente? / Por Marc Dourojeanni]

No es que los mayores no hicieron un gran esfuerzo para evitar el mal uso de los bosques. Es realmente difícil saber si la situación no sería peor si no lo hubiesen hecho. En todo caso, su fracaso no es óbice para que las nuevas generaciones tiren la esponja antes de comenzar. Por eso, es penoso constatar que el Perú jamás vio una manifestación de jóvenes universitarios de las tantas y tantas facultades de Biología, Forestería, Geografía, Agronomía o de Ingeniería y Derecho Ambiental hacer una manifestación, siquiera pequeña o simbólica, defendiendo los bosques o la naturaleza frente al Congreso, en la Plaza de Armas o, por lo menos, delante de los ministerios responsables, inclusive cuando políticos de turno anuncian obras faraónicas y destructivas, reiteradamente denunciadas. ¿Por qué esas campanadas no llegan a los oídos de los jóvenes cuyo futuro depende de que esas obras no se hagan o de que se hagan correctamente? ¿Y por qué se emocionan más cuando se cortan árboles viejos en las avenidas por las que transitan?

El motivo es simple y perfectamente aceptable. Los árboles de la avenida por la que pasan son algo tangible, presente, cercano. Es un problema sobre el cual sintieron que podían hacer algo concreto. Además, siempre hay que comenzar por algo, aunque sea pequeño. Cuidar del ambiente es la suma de acciones minúsculas, personales, como cerrar la tornera mientras se cepilla los dientes, dejar de usar bolsas de plástico, apagar la luz innecesaria o no tirar papeles en la calle. Preservar los árboles de la calle o plantarlos frente al domicilio o en el barrio es parte de esa actitud personal que, cuando realizada por muchos, termina haciendo el cambio necesario para un futuro mejor. Comenzar así puede, sin duda, dar ánimo para atacar objetivos más ambiciosos y servir de entrenamiento para enfrentar obstáculos mayores. Es decir que, en realidad, salvar los árboles de La Molina no solo no es contradictorio, sino que hasta puede ser complementario a la enorme tarea que las nuevas generaciones enfrentan para conservar y usar bien el patrimonio forestal y natural de la nación.

 

Ver además:

[Opinión] Bosques protegidos y protectores en el Perú / Escribe Marc Dourojeanni

 

 

 



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