Escribe Marc Dourojeanni[1]
Los bosques amazónicos, como todos los bosques, son ambientes que estimulan la imaginación de sus habitantes. Tanto los indígenas como los mestizos o ribereños amazónicos peruanos han creado una maraña de seres mitológicos, cada uno con una o varias leyendas explicativas. En esta nota se han reunido 18 de estos seres que pueden agruparse en cuatro tipos: (i) los que son esencialmente antropomorfos, como el tunche y el chullachaqui, (ii) los zoomorfos, que incluyen varios animales terrestres y acuáticos que tienen poderes especiales o características extraordinarias, como la yacumama y la motelomama, (iii) asociaciones de seres antropomorfos con animales existentes, como en el caso de la runamula y el uacaruna, (iv) plantas con poderes mágicos como la lupuna y, por cierto, montañas igualmente poderosas. Se concluye que si bien la mayoría son de origen amazónico, todas tienen influencia andina y cristiana. En su versión actual las leyendas sugieren que esos seres son defensores del bosque y de la naturaleza.
La experiencia
Él salió de su carpa a las dos de la mañana, como lo venía haciendo todas las noches durante los últimos dos meses. Revisar en la madrugada los registros de los instrumentos dejados a lo largo de la trocha era parte de la rutina de la investigación que conducía. Munido de una linterna poderosa comenzó el recorrido habitual. Pero apenas dejó el área del campamento y entró al monte sintió un extraño malestar. Su linterna mostraba claramente la ancha trocha que él conocía bien y, aunque a veces recorriéndola sintió ruido de animales nocturnos, nunca le causaron miedo. A medida que avanzaba por la trocha su incomodidad aumentaba. Era como si alguien lo seguía. Alumbró varias veces hacía atrás y a los lados pero no vio nada. Sintió, sí, el canto, más bien silbido, de un ave que ya había escuchado otras veces, pero no le dio importancia. La sensación de ser seguido y su preocupación fueron aumentando tanto que, francamente preocupado, decidió detenerse. Apoyó la espalda contra el tronco de un árbol e iluminó cuidadosamente la trocha por la que venía, como para enfrentar al seguidor misterioso. Y ocurrió. Vio algo como una sombra que se le vino encima y que, literalmente, lo atravesó causándole una intensa sensación de frío. El pánico lo dominó y regresó corriendo al campamento, donde por cierto no consiguió dormir. Unas horas después relató su experiencia a sus colegas, entre ellos un indígena. Este, muy pálido y visiblemente espantado le dijo que se había encontrado con el tunche y que era puro milagro que aún estuviese vivo. Durante toda la semana siguiente ese indígena no salió a cumplir sus tareas en el bosque, pues el tunche aún estaría rondando.
Este recuento es real. Ocurrió en la estación científica de Cocha Cashu, Parque Nacional del Manu, a un científico curtido en cosas del monte, al que situaciones similares le habían sido relatadas muchas veces sin jamás darles crédito… hasta que la vivió. Hay, por cierto, muchas explicaciones a una situación como esa que puede darse también en otros ambientes. Sin embargo, hay que reconocer que el monte, especialmente de noche, puede ser como una pequeña capilla o, también, como una gigantesca catedral, dependiendo de la potencia de la linterna. Pero siempre es un lugar rodeado de oscuridad, solemne, casi místico, que impone respeto e invita a hablar en voz baja, con cautela. Las copas de los árboles forman el techo y, si dejan algún espacio abierto, este se convierte en una luminaria monumental, formada por las estrellas. Troncos rectos o retorcidos, lianas y hojas multiformes, forman paredes de esculturas impresionantes aunque imprecisas y, por cierto, asustadoras pues el paso de la luz las hace parecer vivas. Los ruidos del bosque no siguen reglas. A ratos el silencio es doloridamente pesado, como si toda la vida esperase algún acontecimiento, pero en otros ofrece ruidos indescifrables, murmullos sordos o delicados y también muy intensos. En el templo forestal hay mucha y muy variada pero siempre extraña música, producida tanto por animales como por las propias plantas en armonía con el viento. No es pues raro que estando solo en un entorno como ese puedan surgir ideas asustadoras.
El autor ha deambulado mucho en los bosques, casi siempre solo e inclusive de noche, para colectar insectos. También ha dormido con frecuencia en el monte, a mucha distancia de cualquier campamento. Nunca tuvo el privilegio de experimentar el encuentro con esos seres. Pero son inúmeros los relatos detallados que existen en la literatura amazónica[2] y también en la Internet[3]. Aunque el suscrito no sea el más indicado para abordar este tema, en esta nota pretende apenas reunir y ordenar parte de lo mucho que se ha escrito y dicho sobre eso. El listado de mitos y leyendas reunidos en el texto que sigue incluye 18 casos y parece mucho. Pero es muy probable que sea apenas parte de las ricas tradiciones sobrenaturales amazónicas.
[Ver además ► Santuarios históricos: ¿Qué son? ¿Para qué sirven? / Escribe Marc Dourojeanni]
Los seres antropomorfos
De todos los seres que nadie desea encontrar en la Selva el más conocido, el más temido y el más genuino, es sin duda el ya mencionado tunche o tunchi. Para la mayoría el tunche es definitivamente maligno pero algunos le dan el beneficio de la duda. Este sería un alma en pena o un poderoso brujo que vaga por las trochas y que actuaría de acuerdo a la calidad de la persona que acecha, pudiendo ser sentencia de muerte o eventualmente un buen presagio.
El tunche no posee un aspecto definido descrito. Por el sonido que emite se supone que tenga algo de ave, pero otros lo describen como un fantasma informe, como una nube oscura. La característica principal del tunche sería, de una parte, el silencio sepulcral que precede su aparición seguida de su canto, como un silbido agudo pero tenue, intermitente y desgarrado, pero se cuentan casos en que éste no se produce. Se dice que ese sonido avisa su llegada a un lugar o, asimismo, da cuenta de una muerte cercana[4]. En los relatos de los que sobrevivieron a la experiencia del encuentro con el tunche sorprende la homogeneidad. Todos, sin excepción, citan el miedo anticipado, el silencio extraño en el bosque, el silbido bajo y triste y, finalmente, la sensación de frío extremo en el momento del contacto. El antropólogo Alberto Chirif hizo una interesante asociación de la leyenda del tunche con los muy reales asesinatos sin asesino. Este mito, a diferencia de otros de obvia influencia andina y/o europea, parece ser realmente amazónico ya que es muy aceptado entre indígenas de diversas naciones. El autor mencionado dice, por ejemplo, que los jíbaros lo identifican como un hechicero que dispara dardos invisibles contra los enemigos[5].
Después del tunche el mito más popular es el del chullachaqui o chuyachaqui que, además, es el de mayor distribución en toda la Amazonía e inclusive fuera de ella, como en el Brasil, donde se le llama curupira. Generalmente es descrito como un duende o gnomo. De cuerpo pequeño, con forma de niño, pero cara de adulto, tendría un pie humano y una pata de venado o de sajino, de los que uno se dirige al frente y el otro hacía atrás. Algunos lo describen con capucha o con cushma. En el Brasil a veces lo pintan como un niño con cabello rojo, pero siempre con los pies virados al contrario y a veces montado sobre un sajino. Aparece súbitamente, de día o de noche, y puede ayudar a encontrar el camino o, al contrario, contribuir a desviar al caminante y provocar que se pierda. En el Perú se dice que el chullachaqui aparece con más frecuencia durante diciembre y en las fiestas de San Juan. El chullachaqui no es considerado tan maligno como otros seres con los que comparte el bosque. A pesar de la vasta distribución de esa leyenda en la Amazonía es difícil ignorar su similitud con la de los gnomos de los bosques europeos. Difiere en que es un ser solitario y en la insólita característica de sus pies.
Entre los seres míticos antropomorfos también se debe citar al mapinguari. Este es descrito como un gigante peludo, mucho mayor que un ser humano normal, muy fuerte y feroz. Se dice que su pelambrera está cubierta de musgo, entre gris y verdoso y que emite un fuerte y desagradable olor a partir de una glándula. Por eso, a veces es descrito como un gigantesco oso perezoso o quizá como un oso, aunque el color del pelaje con el que lo describen no coincide con el oso de anteojos, el único conocido de esta parte del mundo. Se dice que es peligroso para aquellos con los que se encuentra pero, curiosamente, no se le atribuyen poderes sobrenaturales por lo que es frecuente que se le compare con el yeti del Himalaya. Tal como en ese caso, se han desarrollado teorías que especulan con argumentos sobre su existencia. Un científico digno de crédito[6], que era conocido del autor de esta nota, expuso que realmente podría haber existido un oso perezoso o pelejo de gran tamaño, quizá ya extinto manteniéndose apenas la leyenda. Esa leyenda se concentra en la Selva Sur del Perú, pero también es muy intensa en el Acre, en la Amazonía brasileña.
Otra leyenda importante, basada en seres antropomorfos, es la del ayaymama. Esta se genera en una historia de abandono de niños en el monte por la madre enferma y sin recursos o, quizá, por el padre y la madrastra. Percibiendo haber sido dejados a su suerte ellos desearon ser aves para volar al reencuentro, lo que les habría sido concedido aunque nunca volvieron a encontrarlos. Por eso vagan por las noches, volando de sitio en sitio, cantando un lastimero ayaymama. Finalmente, en este grupo debe mencionarse también la frecuente mención de sirenas con pies, o yaras, que frecuentarían las playas de ríos y lagos a la procura de hombres a los que sacrificaría. El suscrito jamás escuchó esta leyenda que, de otra parte, replica otra que es mundial.
[Ver además ► OPINIÓN | Sobre la desaparición de los insectos / Escribe Marc Dourojeanni]
Los seres zoomorfos
Los seres míticos zoomorfos son, naturalmente, muy numerosos y no extraña encontrar entre ellos los animales terrestres más conocidos de la Selva, como jaguares o pumas, tortugas, boas y aves, así como los de vida asociada al agua, como anacondas, bufeos y lagartos negros. Entre los terrestres destaca la motelomama, que sería una tortuga tan grande que sobre su caparazón se extiende una parte de la selva. Una variante de este mito en Loreto dice que la ciudad de Iquitos, que en cierta forma es una isla, está establecida sobre una motelomama y que, cada vez que ella se mueve, ocasiona un temblor. Esta leyenda tiene antecedentes bien conocidos en el mundo entero, especialmente en la India. Saber si ella, en la Amazonía, fue importada o es genuina, es una cuestión abierta. De hecho, se dice que la tortuga motelo, que no es muy grande, puede esperar a que se pudra el tronco que la inmovilizó al caer sobre ella. La sachamama es la madre tierra pero se le conceptúa como una boa de proporciones mitológicas que, tras muchísimos años de vida, sería tan grande que ya no podría desplazarse. Por eso se refugiaría en lugares apartados y lúgubres para esconderse. Utilizaría sus ojos para atraer víctimas, humanos y animales. Este mito es muy similar al de la yacumama, diferenciado apenas por ser una serpiente terrestre y no acuática. De otra parte, ese poder de atracción es popularmente atribuido a todas las boas grandes y a las anacondas.
El yanapuma o runapuma podría ser un puma, como su nombre indica mostrando en cierta forma el origen andino de la leyenda- pero por ser descrito como felino de piel negra es más probable y lógico que se refiera a un jaguar u otorongo con melanismo, animal que ha sido objeto de diversas leyendas muy arraigadas en toda la Amazonía. Le atribuyen poder cambiar de color y, en todo caso, de ser diabólicamente feroz, capaz de matar a varias personas en un solo ataque, sin provocación. Otros creen que es un brujo sediento de carne humana que se disfraza de puma. El mito del yanapuma es muy similar al del simpira, que es otro ser mitológico que aparece como un enorme jaguar negro cuyas patas delanteras son de color blanco y “tienen forma de tirabuzón”. Estas pueden extenderse de manera desproporcionada para atrapar a sus víctimas en el bosque.
Tres aves también forman parte de la mitología amazónica: el urcututo, la chicua y la tanrilla. El urcututo es un búho grande que se encuentra en la copa de los árboles. Como otros búhos es un eficiente cazador nocturno. Según la leyenda los brujos hacen pactos con esas aves, utilizándolas para disparar dardos envenenados sobre sus enemigos o para espiar sus desafectos. Considerado como un animal de mal augurio por algunos y de buena suerte para otros. En la ciudad de Iquitos y alrededores se cree que el canto de los urcututos es aviso del embarazo de una mujer conocida de quienes escuchan el canto. La chicua es un gavilán nocturno de plumaje marrón, de cuyo canto toma su nombre. Ese canto atemoriza quienes lo escuchan pues, como en el caso anterior, se cree que es enviado por brujos malvados para hacer daño. Otros creen que si escuchan la chicua mientras están lejos de casa es porque sus parejas les están siendo infieles. Finalmente, la tanrilla es una garza pequeña de cuyas patas puede hacerse encantamientos de amor. El curandero debe ayunar para cazarla, lo que debe hacer usando una pucuna (dardo de cerbatana). Extraídos y limpiados los huesitos de las patas, estos se usan como tubos a través de los cuales el pretendiente debe espiar a la mujer de sus deseos, sin que esta perciba. Si todo sale como esperado, pocos días después ella se rendirá al galán.
El principal de los seres mitológicos relacionados a las aguas sería el yacuruna. Se le considera con poder sobre todos los animales acuáticos y en general se le describe como un humanoide montado sobre el lomo de un lagarto negro enorme y, a veces, como siendo el propio lagarto. Este ser podría tomar forma humana para seducir a una víctima y llevarla a su reino bajo el agua. Otro ser acuático generador de muchas leyendas es el bufeo colorado, delfín rosado o boto, que vive en los ríos y que está incorporado al imaginario popular en varias formas todas relacionadas al amor y al sexo. La leyenda básica dice que se trata de un ser encantado capaz de tomar forma humana en noches de luna llena para enamorar a mujeres jóvenes. En algunos lugares se cree que el espíritu de los ahogados se incorpora a los bufeos. Si la mujer que cae bajo los encantos del bufeo en forma humana no recibe ayuda urgente de un curandero, penetrará en el agua para buscar al bufeo en el fondo del río. Pero hay varias otras opciones de encantamiento para atraer la mujer deseada en base a amuletos confeccionados con partes del cuerpo de los bufeos. Se dice también que mujeres justifican preñeces mal explicada colocando la culpa en los bufeos.
La leyenda de la yacumama, o madre de las aguas es también muy generalizada. Se dice que es una anaconda gigante, de hasta 50 metros de largo, sumamente fuerte. Como su nombre lo indica se considera que tiene poderes mágicos, que protege los ríos y cochas y que puede derribar árboles y provocar oleajes furiosos. Hay una cierta conexión entre la ficción y la realidad, pues, realmente exigen registros históricos de anacondas enormes, con alrededor de 20 metros.
Finalmente, la leyenda de la runamula nace con la llegada de los primeros misioneros españoles a la selva. Se dice que una mujer que mantenía relaciones extramaritales con un misionero fue convertida en un ser monstruoso por acción diabólica. Cuando hay Luna llena la mujer se transforma en runamula -mitad mujer, mitad mula- y atormenta a los pobladores con sus rebuznos terroríficos. Esta leyenda tiene una distribución limitada.
Y por cierto, existe un gran número de plantas con propiedades mágicas, para describir las cuales se requeriría de muchas páginas. Apenas se menciona el caso de la lupuna, que es el más conocido. La lupuna es un árbol que puede alcanzar 60 a 70 metros de altura, muy útil en diversas formas y que ha sido intensamente usado para hacer laminados y que hoy está casi extinto comercialmente en el Perú por sobre-explotación. Pero, por su tamaño impresionante y belleza singular, este árbol ha sido reconocido por los nativos como un dios del bosque. Algunos creen que dentro del vientre del árbol vive la madre o el espíritu de la selva. Se respeta el hecho de que este gigante alberga y alimenta muchos otros seres vivos. Algunos lo consideran un ser embrujado capaz de matar a los que no lo respetan, por ejemplo haciendo sus necesidades bajo su sombra[7]. Hay otros mitos que asocian humanos con montañas. Uno bien descrito, de nombre Kumpanam, es propio de la nación awajun y existe a partir de un personaje que en cierta forma se convirtió en un poderoso cerro[8]. Esta leyenda tiene semejanza con el de los apus, o montañas sagradas andinas.
Algunas conclusiones
- El común denominador en el caso de los seres que se dice existen en la Selva, con muy pocas excepciones, es que sus nombres tienen origen quechua. El quechua fue la lengua franca de la Selva quizá desde antes de la conquista y por eso no es de extrañar que la terminología mítica use esa lengua.
- Pese a sus nombres quechuas, casi todas las leyendas -en realidad, las únicas excepciones son la runamula y las sirenas- son basadas en realidades o fantasías típicamente amazónicas. Giran en torno a animales terrestres o acuáticos que realmente existen y parte de las leyendas en torno a ellos son exageraciones de comportamientos de esos mismos animales. El jaguar verdaderamente puede ser feroz, las boas y anacondas pueden realmente ser muy grandes y quietas, el canto de los pájaros es un hecho, el caimán negro es sin duda un animal muy peligroso, el bufeo colorado siempre llama la atención y así sucesivamente. No cabe suponer que sean leyendas que vienen de otros biomas. El tunche, de otra parte, puede considerarse una leyenda basada en un fantasma ya que en general no se le atribuye forma humana pero, pese a ello, emite un sonido que parece de ave. Además, es una leyenda muy enraizada en los pueblos nativos, por ejemplo, jibaros, yines y machiguengas.
- Varias de las leyendas basadas en la fauna combinan el animal con un ser de forma humanoide. Es el caso del yacaruna, bufeo colorado y de la runamula. En otros casos los animales reciben órdenes de brujos, como en el caso de la chicua y del urucututo.
- Es más difícil entender el origen de la leyenda del chullachaqui. Esta leyenda existe inclusive en bosques muy alejados de la Amazonía. Su similitud con los gnomos de los bosques europeos es innegable. Además, en la Sierra existe una leyenda similar, con el nombre de muqui, un duende que frecuenta las minas. En el caso del mapinguari llama la atención de que a pesar de ser considerado feroz, no se le asignan propiedades sobrenaturales, alimentando la teoría de que quizá existió un animal como ese en el pasado remoto.
- La influencia andina en esos mitos y leyendas es evidente y, del mismo modo, la de la cultura judeocristiana que siempre consideró a los bosques y a la naturaleza en general como lugares donde habita el mal, las serpientes, los duendes, las brujas y brujos. El bien, en esa cultura, está representado por palomas y corderos blancos en verdes praderas con cielo azul. Por eso, cabe suponer que muchos de los seres maléficos de la Selva peruana, en especial las leyendas que hoy existen sobre ellos, sean en cierta medida aportes de los misioneros. Esa influencia se percibe por la demonización de los seres que los indígenas respetaban. Llama la atención, en efecto, que todos sean considerados malvados aunque en muchos casos subsisten referencias a que pueden ser equitativos. Es probable que en su origen pre-hispánico esos seres fueran considerados dioses justos, que la catequización transformó sistemáticamente en malignos.
- Sin embargo, a pesar de la avasalladora presencia de migrantes andinos en la Amazonía peruana es obvio que mitos andinos tan difundidos como el de los pishtacos, entre otros, no han penetrado en la Selva.
- De los 18 seres mencionados cinco son humanoides, tres son aves, dos son serpientes y otras dos jaguares y además, hay tortuga, lagarto negro, bufeo y mula. Se suma a estos un árbol y una montaña.
- Es poco probable que antes de la presencia europea en la Amazonía y, en realidad hasta hace pocas décadas, se considerara que la función primordial de esos seres fuese proteger el bosque. A priori no habría motivo para ello. Pero, en la actualidad cada uno de esos seres es tildado con razón o sin ella de protector o defensor del bosque o de la fauna y se dice ahora que muchos de ellos actúan en función de las intenciones del que penetra al bosque[9].
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[1] Ingeniero agrónomo, ingeniero forestal, doctor en ciencias. Profesor Emérito de la Universidad Nacional Agraria La Molina, Lima, Perú.
[2] De todos, sin duda, Roger Rumrrill es el escritor que más ha tocado esos temas en decenas de libros, algunos bien conocidos, como en “Amazonía Mágica. Antología Narrativa” (2000). Otro autor a ser citado es José Luis Salazar Saldaña.
[3] https://www.chispa.tv/lista/8-Seres-mitologicos-de-la-selva-Amazonas-de-Peru–20180218-0001.html ; http://www.onirogenia.com/lecturas/mitos-y-leyendas-amazonicas/ ; https://es.wikipedia.org/wiki/Mitolog%C3%ADa_de_la_Amazon%C3%ADa_del_Per%C3%BA ; https://journalperu.com/myths-and-legends-guarded-by-peru%E2%80%99s-amazon-rainforest/
[4] http://lialdia.com/2012/11/leyendas-de-la-selva-peruana-el-tunchi/
[5] https://www.servindi.org/04/08/2017/vigencia-del-tunchi-en-el-sistema-de-justicia-peruano
[6] El biólogo estadounidense David Orens, ya fallecido.
[7] https://sobre-peru.com/2012/11/02/el-arbol-de-la-lupuna-en-la-selva-amazonica/
[8] http://www.scielo.org.pe/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0254-92122012000100001
[9] http://noticias.madrededios.com/pueblos-amazonicos-utilizan-mito-chullachaqui-conservar-bosques/
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