Por Ernesto Ráez Luna / MOCICC
El 28 de febrero pasado (2022), el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), la mayor agrupación científica especializada en el tema, publicó la segunda parte de su sexto Reporte de Evaluación.[i] Esta analiza los impactos del trastorno climático, nuestra vulnerabilidad y nuestra capacidad de adaptarnos a los mismos. El informe contiene cinco mensajes principales, que describo y comento en las siguientes líneas. No todos mis datos ni comentarios provienen del IPCC (hay cosas que no se pueden poner en un informe que debe ser aprobado por los estados); pero todas mis sentencias tienen sólido respaldo.
1. Ya estamos experimentando impactos peores que los esperados. El recalentamiento global resulta de la acción combinada de dos procesos globales. Primero, las emisiones excesivas por quema de combustibles fósiles y fugas en los procesos industriales (principales fuentes de gases de efecto invernadero). Segundo, la acelerada degradación y destrucción de los ecosistemas silvestres marinos y continentales, que capturan y almacenan enormes cantidades de carbono (principales sumideros de los gases de efecto invernadero). El humo, que es quizá la señal más ubicua de la actividad humana en el planeta, ensucia el hielo y la nieve de las montañas y los polos, reduciendo su capacidad de reflejar la radiación solar, con lo que la superficie terrestre y la atmósfera se calientan todavía más y el derretimiento de nevados y glaciares se acelera. El humo también estorba la formación de nubes de lluvia, y la vegetación estresada por la sequía ve reducida su capacidad de capturar carbono. Los bosques derrumbados y quemados liberan el carbono almacenado en los árboles y en millones de otros organismos; y perdemos con ellos la función irremplazable de extraer carbono de la atmósfera. Es como matar a la gallina de los huevos de oro. Los bosques sobrevivientes, cada vez más encogidos y fragmentados, quedan expuestos a la desecación y se hacen más susceptibles al fuego. Los humedales drenados y el suelo descongelado del Ártico, que se ha fundido setenta años antes de lo previsto[ii], liberan el carbono que almacenaron durante cientos a miles de años, calentando la atmósfera y forzando más descongelamientos. Estos círculos viciosos determinan una aceleración del trastorno climático: la sequía que ya se sufre hace varios años en Norteamérica y el Mediterráneo se ha intensificado, y el riesgo de incendios forestales, antes estacional, se ha extendido al año entero. En efecto, un informe del PNUMA y GRID-Arendal, difundido a fines de febrero, advierte que los incendios forestales serán cada vez más frecuentes, incluso si reducimos rápidamente nuestras emisiones[iii]. El cambio climático ha llegado y no se esfumará por muchos aspavientos que hagamos.
2. Las emisiones y la destrucción de la vida silvestre continúan aumentando. Las corporaciones globales y las mafias del crimen organizado, obsesionadas con la producción de cada vez más mercancías (legales e ilegales) y avocadas a un consumo insaciable de energía, no han dejado de extraer hidrocarburos fósiles y de buscar reservas en el subsuelo. Los propios adalides de la “transición energética”, sin considerar límites sostenibles a la demanda de energía, promueven falsamente a la energía eléctrica y a la nuclear como energías “limpias”, mientras incentivan una mayor explotación de minerales[iv] y producen baterías y reactores con residuos sumamente peligrosos. La agroindustria y la agricultura convencional, basadas en monocultivos, fertilizantes sintéticos y sustancias biocidas (todos, derivados de los combustibles fósiles), exterminan la biodiversidad en los campos de cultivo, envenenan las aguas dulces e intoxican los suelos. La basura doméstica, los plásticos desechables y los residuos industriales asfixian ríos, lagos y océanos. La demanda suntuaria de especies silvestres ha convertido al tráfico ilícito de fauna en un rentabilísimo negocio de miles de millones de dólares. El propio trastorno climático pone en riesgo directo de extinción a una de cada diez especies de plantas y animales. Pero los organismos vivos estamos intrincadamente interconectados y somos interdependientes, de modo que ninguna extinción ocurre aislada: podemos esperar extinciones en cascada. Los arrecifes coralinos y la mayor parte de los bosques tropicales podrían desaparecer en este siglo.
3. Existen enormes desigualdades en la responsabilidad y los perjuicios asociados al trastorno climático. Casi 40 % de la Humanidad enfrenta la pérdida de sus territorios y sus medios de vida, riesgo de epidemias y una creciente inseguridad alimentaria, por efecto del trastorno climático; especialmente en África subsahariana, Asia meridional y Latinoamérica. La elevación del nivel del mar amenaza con anegar los territorios habitados por el 90 % de los isleños del océano Pacífico. Naciones enteras desaparecerán bajo las aguas. Pero, aunque el trastorno climático se siente en todo el mundo, no estamos todos en el mismo bote. Los países industrializados, los principales emisores históricos y todavía entre los más importantes, concentran los capitales y las capacidades institucionales que les permitirían proteger a buena parte de su población de los desastres del trastorno climático. En contraste, los países del Tercer Mundo se encuentran en gran medida mal apertrechados. La brecha entre países opulentos y países despojados, los menos responsables por las emisiones de gases de efecto invernadero, se seguirá ampliando, según se agudiza el trastorno climático. Ya es astronómica la brecha entre el 1 % más rico, con suficientes recursos para prosperar incluso en medio del cataclismo global, y el resto de la población humana. Ese 1% es responsable por más del doble de las emisiones atribuibles a la mitad más pobre de la Humanidad.[v] La selecta minoría de opulentos y poderosos no tienen incentivos para reducir su huella ecológica y sus emisiones, mientras que la mitad más pobre de la Humanidad no tiene medios económicos, suficiente organización ni influencia política para promover sus intereses. Mientras ocho hombres blancos concentran tanta riqueza como la mitad de la población humana[vi], la inmensa mayoría de las personas más vulnerables al cambio climático somos de piel oscura o las naciones de nuestros ancestros fueron colonizadas y esclavizadas. Hay un inherente racismo en el cambio climático[vii].
4. Cada incremento de temperatura generará perjuicios catastróficos desproporcionados. La trayectoria del recalentamiento global se proyecta hacia un incremento superior a 1.5 °C en este siglo, el tope convenido en el Acuerdo de París. Considerando que el recalentamiento no se comporta como una progresión aritmética sino que se está acelerando, los escenarios por encima de 2 grados de calentamiento son ahora mucho más probables. El derretimiento de los hielos polares y montanos, con la consiguiente inundación de las costas y la pérdida de reservas de agua dulce; las sequías, los diluvios y los huracanes; las olas de calor o de frío; las cosechas fracasadas; los incendios forestales; y las enfermedades transmitidas por animales serán fenómenos cada día más intensos y frecuentes. Las niñas y los niños menores de 10 años en el año 2020 experimentarán durante su vida adulta cuatro veces más eventos extremos si el calentamiento se limita a 1.5 grados; y cinco veces más, si la temperatura se eleva en 3 grados. Las grandes ciudades, el orgullo de la civilización contemporánea, que son inherentemente insostenibles porque solo producen una ínfima proporción de los recursos que consumen y porque contribuyen enormes volúmenes de basuras y contaminantes, especialmente las metrópolis costeras y del Sur global, sufrirán los mayores impactos. Miles de millones de personas se convertirán en damnificados y refugiados climáticos.
5. Hay una ventana de oportunidad muy estrecha y efímera para controlar el trastorno climático y adaptarnos. Todos los plazos se han vencido y el tiempo de deshojar margaritas se ha extenuado. La Humanidad necesita virar inmediatamente de curso, si queremos evitar las peores consecuencias del trastorno climático. Ello exige movilizar inversiones sin precedentes para la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero y para preparar lo que el IPCC llama un “desarrollo climáticamente resiliente”. Según el reporte, las medidas de adaptación tomadas hasta el momento son principalmente reactivas, de corto plazo e insuficientes. Además, como indicaron recientemente Corporate Accountability y medio centenar de organizaciones, las inversiones en hidrocarburos fósiles siguen dominando los portafolios estatales y empresariales; mientras que se distrae a la opinión pública con la promesa de alcanzar “emisiones netas igual a cero” dentro de tres décadas[viii], que para todo efecto práctico significa nunca. Por otro lado, el IPCC advierte sobre instancias de “maladaptación” y menciona las murallas costeras; pero también caben en la categoría los artilugios para “capturar” carbono atmosférico y las propias centrales nucleares, con los que se justifica continuar con el “business as usual” y seguir devastando el planeta. Estas medidas, lejos de mitigar el trastorno y fortalecer nuestra capacidad de afrontarlo, provienen del mismo paradigma que nos metió en problemas para empezar. Propuestas inspiradas en el mito de la omnipotencia tecnológica humana y en la promesa falaz de que todas las personas podemos acceder al nivel de vida del europeo o estadounidense promedio. No podemos. Para tanto relajo no alcanza el planeta. Y mucho del daño causado por el trastorno climático ya es irreversible.
[Ver además ► [Opinión] ¿Carretera Acre-Ucayali: desarrollo o desastre socioambiental?]
Cabe preguntarnos dónde queda el Perú en este contexto. A primera vista, se diría que estamos bien encaminados. Después de todo, el Perú incrementó en 2020 su compromiso de mitigación, pasando de 30 a 40 % de reducción de sus emisiones proyectadas a 2030; en julio de 2021 se publicó la nueva Política Nacional del Ambiente; y en enero de 2022 el Presidente Pedro Castillo promulgó la emergencia climática. Pero basta con leer la infame cláusula según la cual los diversos sectores deben cumplir con los numerosos encargos inscritos en ambas políticas “sin demandar recursos adicionales al Tesoro Público”, para saber que no hablamos en serio.
En esta irresponsabilidad, el Perú no anda solo: El IPCC deja claro que nadie en el mundo está invirtiendo con seriedad para controlar el trastorno climático ni para minimizar sus impactos. El Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, ya había denunciado nuestra “guerra suicida contra la naturaleza”; pero ante el reporte del IPCC y la alarmante negligencia de las iniciativas para atender la crisis climática, sentenció: “Esta abdicación de liderazgo es criminal. Los mayores contaminadores del mundo son culpables del incendio provocado de nuestro único hogar”[ix].
Por supuesto, el IPCC no registra ningún acto divino ni propone un destino irremediable. Tenemos la capacidad y el conocimiento suficientes para renunciar al mito del bienestar universal basado en el crecimiento indefinido y para pacificar nuestras relaciones con la naturaleza y entre nosotros mismos.
Lamentablemente, las voluntades están fuera de fase. Así, hace pocos días, el Reino Unido, con poca dificultad, comprometió 88 mil millones de libras esterlinas para apoyar a Ucrania ante la agresión de Rusia, y Alemania establecerá un fondo de 100 mil millones de euros con el mismo fin. Pero en más de una década no ha sido posible alcanzar la meta del Fondo Verde del Clima; y las naciones industrializadas se niegan a discutir compensaciones por los daños y perjuicios derivados de la crisis climática, que ya golpean y golpearán todavía más a las naciones más pobres del planeta. El conflicto en Europa, además, ha distraído al mundo entero: súbitamente, se eleva la demanda de petróleo y armas, y el impacto ambiental de la guerra resulta irrelevante. Ante tanta insensatez, qué otra cosa nos cabe sino resistir tercamente, por frágil que resulte la esperanza.
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