[Opinión] La destrucción del entorno natural: ¿qué decir?, ¿qué hacer?
martes 22 de septiembre, 2020
Escribe Marc Dourojeanni* / Profesor Emérito de la Universidad Nacional Agraria La Molina
Las noticias malas se amontonan. En verdad se atascan en los medios de comunicación. Ya no existe capacidad humana para digerir tanta mala noticia sobre nuestro entorno que llega al mismo tiempo, de absolutamente todo canto del mundo y, claro, también del Perú.
Incendios forestales pavorosos, enormes placas de hielo polar que se desprenden y desaparición de hielo y nieve en todas las cordilleras, deforestación masiva, asesinatos de defensores de la naturaleza, matanza y tráfico de fauna rara, ríos que mueren y se secan, récords tras récords de altas temperaturas, degradación de todos los ecosistemas, recursos hidrobiológicos que se agotan en mares y ríos, plástico en todas partes y hasta dentro de nuestros cuerpos, aire irrespirable, destrucción de bosques y ríos por la minería, derrumbes y aluviones, huracanes, tifones y tormentas tropicales, sequías seguidas de inundaciones, especies emblemáticas que se extinguen, comida contaminada, poblaciones de abejas e insectos reducidos pero hay plagas de langostas, gobiernos que esconden la verdad… Desde hace dos décadas y con frecuencia cada vez mayor, las malas noticias, es decir, las pruebas de la destrucción de la vida en el planeta, son abrumadoramente mayores que los cada día más escasos y siempre efímeros éxitos proclamados en su defensa. Y, por el otro lado, la evidencia de una naturaleza que en su agonía intenta restablecer un equilibrio regalando pestes nuevas a los humanos, como la pandemia actual.
Tómese, por ejemplo, el tema de los incendios. En 2018 y 2019 fue el turno, a lo largo de los meses, de Australia, California, Rusia, Portugal, España, Francia y, se remató el año con los fuegos en la Amazonía y los incendios en el Cerrado, el Chaco y la Chiquitania. Ya parecía el fin del mundo… y ahora descubrimos que todo puede ser aún peor y se está presenciando la destrucción por fuego de los hermosos bosques de California, Oregón y Washington en EE.UU. y, del Pantanal y del Cerrado en Brasil, así como por las quemas interminables de bosques talados ilegalmente en toda la Amazonía, seguidas por incendios en los bosques degradados por la explotación forestal desordenada. Y basta ver una toma satelital actual de África Central para ver que allá pasa lo mismo. En absolutamente todos los casos la causa está asociada al cambio climático que cada año muestra sus dientes más afilados a la imbecilidad humana, estimulada por la codicia. En efecto, mientras en Brasil o Perú es evidente que la mayor parte de los incendios fueron intencionales, en EE.UU. los responsables han sido campistas y deportistas irresponsables, y en la Amazonía, donde los fuegos son precedidos por la deforestación, se encuentra, como siempre, la expansión agropecuaria ilegal. En el Perú se observa cómo, año tras año, aumenta la importancia de los incendios en la vegetación natural y en las plantaciones forestales inclusive en la Sierra, así como las quemas de árboles derrumbados previamente en la Selva.
Jamás el Pantanal (gran parte está en el Brasil, pero también en Bolivia y Paraguay) vivió incendios como los actuales. Ya se quemó un 40% de lo que aún era natural y quizá más. Las fotografías y videos de miles de animales quemados, sufriendo aún vivos o ya muertos, son horrendas. Visiones apocalípticas. Todas las áreas protegidas, públicas o privadas, de ese bioma han sido afectadas, algunas casi en su totalidad. Curiosamente, no así las grandes haciendas ganaderas que allí existen, ellas si bien defendidas. Ya ha sido demostrado que la expansión de la pecuaria, alentadas por el buen precio de la carne vacuna, es el principal objetivo de los incendiarios, tanto en el Pantanal como en la Amazonía. También en Brasil, al norte de la isla del Bananal, en el río Araguaia, existe un parque estatal de unas 90 mil hectáreas, Cantão, que es prácticamente lo único natural que queda en gran parte de ese río y que, por lo tanto, es refugio de la fauna de ese lugar, entre el Cerrado y la Amazonía. También está quemando y, aprovechando de que el gobierno del estado ha retirado a policías y bomberos forestales, además de consumido por el fuego, está siendo invadido. Uno de los ríos que contribuía a aislarlo de las haciendas está literalmente seco debido al bombeo irracional de su agua para regar gigantescas plantaciones de soya y maíz transgénicos. Y así va la situación que trágicamente se repite en prácticamente cualquier lugar del Brasil o del Perú y de toda América Latina.
[Ver además ► Advierten que incendios de 2020 podrían ser más perjudiciales que los de 2019]
Revisando fuentes populares de noticias ambientales, como Actualidad Ambiental en el Perú; O Eco, Ambiente Brasil y Manchetes Socioambientais en el Brasil o, las diferentes versiones de Mongabay, que en su conjunto diariamente traen casi un centenar de noticias y comentarios sobre temas ambientales, queda evidente que las “malas” noticias ya suman más del 80% de las que publican. Y, como anticipado, también está demostrado que, pese a los esfuerzos que esas fuentes hacen para destacar los éxitos y mostrarse optimistas, ese porcentaje, que una década atrás no pasaba de la mitad, sigue aumentando. Es decir, cada año hay menos noticias “buenas” y opiniones optimistas y, por el contrario, muchas más que son pesimistas. Y eso no es fruto de la demagogia ni de “ecoterroristas”, es el resultado inequívoco de la realidad. Greta Thunberg no hace más que reflejar la desesperación creciente, especialmente en los jóvenes que deberán convivir con lo que nuestras generaciones han hecho con el mundo en que vivimos. Días extraños estos, en que se habla más del ambiente que nunca antes en la historia y en que, del mismo modo, la destrucción del entorno natural y humano ha alcanzado lo que parece un paroxismo.
En parte es por todo eso que los que batallan desde hace décadas por una mejor relación con el ambiente están perplejos. No saben más qué decir, ni qué hacer. Nada parece dar resultado. Lo que está ocurriendo en el Perú, en la región y el mundo parece anunciar el fin de todo lo que se conoció hasta ahora.
A la debacle del soporte natural de la vida, incuestionable resultado del comportamiento humano, se suma la proliferación de gobernantes ignorantes, demagogos y canallescos, pero eficientes en su garra sobre las poblaciones que usan para perpetrarse en el poder. Tanto en EE.UU. como en el Brasil la tragedia del fuego es abiertamente ignorada por sus gobernantes, en virtud de ambiciones económicas y políticas y de una alta dosis de cretinismo. Los dictadores modernos como Bolsonaro y Trump, tanto como Putin y Xi Jinping son, claro, enemigos de la ciencia y de la verdad, al menos cuando no les conviene. Y de paso, también del ambiente, al que los citados, que gobiernan sobre la mayor parte del planeta, desprecian ostensiblemente. Y negando el hecho, ya indiscutible, del impacto del cambio climático, contribuyen a agravarlo mucho, en un circuito vicioso absurdo. Es más, Trump y Bolsonaro llegaron al extremo de burlarse públicamente de los que expresan horror por esos desastres y, por ejemplo, recortan y dilatan las acciones de combate al fuego. Y, con el poder que emana de los medios electrónicos de comunicación masiva, la sociedad ignorante compra las teorías de conspiración y las explicaciones sedativas de estos líderes o, en una reacción a veces aún más perjudicial, parte de ella “defiende” el ambiente con propuestas ridículas, aprovechando la manía de expresarse públicamente sobre todo aquello de lo que no sabe nada, creyendo que eso es democracia. Y así dan insumos a los que prefieren ganar dinero por encima de todo.
Hasta unos años atrás los que se preocupaban seriamente por los atropellos más graves al ambiente aún pataleaban vigorosamente. Ante las evidencias de las amenazas y de la destrucción del entorno natural hacían un esfuerzo por denunciar, comentar, criticar o confrontar el hecho. Se hacían propuestas y se organizaban medidas con los que compartían la misma inquietud ante los hechos. Se estimulaba y financiaba a las organizaciones no gubernamentales defensoras del ambiente y el voluntariado era proactivo. Aún se tenía esperanza de conseguir hacer alguna diferencia en favor de evitar lo peor. Pero esas generaciones están cansadas, decepcionadas y un poco desesperadas.
En efecto, en la actualidad es muy difícil no dejarse dominar por el pesimismo. Se agotan las ideas y las opciones. Ante la avalancha de hechos terribles, uno peor que el otro, que repiten aumentados los que ya ocurrieron y a los que ya se ha denunciado una y otra vez, parece que, ante cada nuevo atropello, bastaría con sacar del archivo las respuestas, protestas, comentarios y opiniones ya antes expresadas. Pero, ¿para qué?, si prácticamente nunca resultaron en algún cambio positivo, en alguna medida duradera. Es muy frustrante. Un paso adelante y cuatro atrás. Así avanza la lucha y se pierde la guerra.
Y, sin embargo, ¿qué otra alternativa existe? Dejar de combatir no es una opción. Es pues preciso apartar el pesimismo y sacar optimismo de dónde sea. De la belleza que aún existe en lo que queda del mundo natural, de las caras de los niños felices, de los pocos éxitos consolidados, del sacrificio de los que ya sucumbieron defendiendo la armonía entre la naturaleza y la humanidad y, en especial, de la juventud que debe encontrar el camino a ese mundo mejor que las generaciones previas no encontraron. Y, por supuesto, seguir trabajando.
[Ver además ► [Opinión] ¿Cómo combatir la deforestación?]
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*La sección “Debate Abierto” es un espacio de Actualidad Ambiental donde diversos especialistas publican artículos o columnas de opinión. Las opiniones son enteramente responsabilidad de los y las columnistas.
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