Historias de guardaparques: Pompeyo Guillén, el guardián del hielo en el Parque Nacional Huascarán

Pompeyo Guillén. Foto: Grupo Viajeros

  • “Mientras tenga salud quisiera continuar, pero si por algún caso me voy, si me jubilan, me iré con la frente bien en alto por haber trabajado en el Parque Nacional Huascarán tantísimos años”.

Escribe: Guillermo Reaño / Grupo Viajeros

 

Don Pompeyo Guillén frisaba los 20 años cuando los directivos del proyecto de glaciología donde trabajaba le dieron un nuevo encargo: cuidar las lagunas de la quebrada de Shallap entre los nevados Collapaco, San Juan y Huamashraju. Por entonces, 1974, la Cordillera Blanca extendía sus mantos de nieve hasta casi tocar las callecitas de las ciudades más encumbradas del Callejón de Huaylas, en el departamento de Áncash, y nadie sabía a ciencia cierta qué eran y para qué podían servir las áreas naturales protegidas que empezaban a crearse en nuestro país.

“Trabajaba en lo que podía para poder costear mis estudios, y ese trabajito me caía muy bien, lo acepté, quién lo diría, al año siguiente, el Estado creó el Parque Nacional Huascarán. Soy más antiguo que el parque”, sonríe.

Hemos llegado a la quebrada de Ǫuilcayhuanca, su puesto de trabajo, el lugar en el mundo que más han transitado sus pasos. Don Pompeyo dentro de poco cumplirá 70 años, cincuenta de los cuales los ha dedicado a cuidar con todas sus fuerzas el Parque Nacional Huascarán, el área natural protegida de 340 mil hectáreas que contiene a la cordillera tropical más alta y extensa del mundo. Don Pompeyo Guillén Huánuco es, sin duda, uno de los guardaparques en funciones con más años de servicio.

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Foto: Grupo Viajeros

De profesión, guardaparque

Pompeyo Guillén nació en Panash, en el centro poblado de Coyllur, en la provincia de Huaraz, sobre las mismas montañas donde nos recibe este medio día de julio. Recuerda que desde que era un crío de ocho años, que solo sabía hablar quechua y perseguía a su madre y a su abuelo cuando salían detrás de sus animalitos, tuvo interés por conocer y proteger las quebradas que le han dado cobijo todos estos años.

“Camina rápido, muchacho, me decían cuando iban a ver su ganado en las alturas de Rajucolta y yo, por empeñoso nomás, los seguía, siempre me ha gustado caminar”.

En estas soledades sobre los cinco mil metros de altura, el aire es escaso y el frío entumece los músculos de cualquiera. Pero el niño que alguna vez fue don Pompeyo no se amilanó ante tantas dificultades, él solo tenía el afán de conocer los pastizales y quebradas que conformaban el mundo que lo rodeaba.

Por eso a nadie le llamó la atención que se convirtiera, primero, en guardián de las lagunas de la Cordillera Blanca y, luego, en el vigilante atento de sus montañas y quebradas.

Cincuenta años después de haberse metido de lleno en la historia del Parque Nacional Huascarán, Patrimonio Natural de la Humanidad desde 1985, todos los detalles de sus andanzas por este techo del mundo caben en sus recuerdos.

Don Pompeyo conoció en Llanganuco a Antonio Brack, nuestro primer ministro del Ambiente; fue capacitado en Paracas por Manuel Ríos, uno de los primeros instructores del cuerpo de guardaparques de nuestro país; le tocó caminar con Carlos Ponce, impulsor de la creación del Parque Nacional Huascarán. Tuvo como jefe a Benjamín Morales Arnao, figura cumbre del montañismo huaracino; conoció a Pedro Vásquez, notable defensor de las áreas naturales protegidas; también a Curry Slaymaker, biólogo del Cuerpo de Paz de los Estados Unidos, “un gringo grandazo bien buena gente”, que fue quien lo convenció para trabajar como vigilante en el ahora lejano 1974. A todos ellos, a todos los patriarcas -como él- del conservacionismo de nuestro país, los frecuentó en sus andanzas por estas cordilleras.

“No ha sido fácil, tengo que confesar que yo no sabía nada de lo que ahora sé cuando empecé a trabajar aquí. Todo lo he ido aprendiendo, hasta ahorita sigo aprendiendo, en esto de las áreas naturales protegidas hay muchos avances cada día”, afirma. En efecto, las tareas de estos primeros vigilantes del parque nacional que pronto va a cumplir sus primeros 50 años de existencia fueron en extremo complicadas: en los pajonales al lado de la cordillera pastaban desde siempre vacas, carneros y caballos, también cerdos y hasta chivos, cuya presencia había que ordenar. O prohibir, como en el caso del ganado caprino y el porcino. La población, obviamente, demoró en comprender la importancia de las reglamentaciones y de las prohibiciones que se dieron para salvar de la destrucción el área protegida. La tarea, por eso fue ardua, nos dice, felizmente en la actualidad las cosas son diferentes. Las poblaciones locales cada vez tienen mayor conciencia de la importancia de utilizar los recursos del parque de manera racional.

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Foto: Grupo Viajeros

El guardián del hielo

Aunque la solución de los problemas mayores de estas montañas amenazadas de muerte por la deglaciación producto del cambio climático y la crisis ambiental que nos aflige, está muy lejos del trabajo y la dedicación de sus guardianes, la labor que realizan los guardaparques del Parque Nacional Huascarán es imprescindible.

Don Pompeyo lo sabe y siente orgullo por todo lo que ha hecho en salvaguarda de estos tesoros naturales y culturales. Su sacrificio no ha sido en vano, los sabe. “He formado a mi familia viviendo aquí, entre estos nevados, mis hijos han crecido como crecí yo y todos aman las montañas, las lagunas, los seres que viven aquí, dos son guías de montaña: uno de escalada y el otro de trekking”.

Don Pompeyo sigue terco en su afán de cuidar lo que los suyos, sus hijos, sus amigos, sus vecinos, están cuidando y no piensa en el retiro. “Cada veintidós días vuelvo a casa, ahora somos solo mi esposa y yo, mis hijos ya son independientes. Y si usted me pregunta si quiero retirarme le contestaría que no. Mientras tenga salud quisiera continuar, pero si por algún caso me voy, si me jubilan, me iré con la frente bien en alto por haber trabajado en el Parque Nacional Huascarán tantísimos años.

Don Pompeyo siempre será el guardián del hielo, el guardián de las moles de hielo de una cordillera que va perdiendo vigor a medida que el tiempo juega, inexorablemente, sus cartas.

Datos:

  • La Cordillera Blanca considerada la cordillera montañosa tropical más alta del planeta, presenta el mayor número de glaciares -755 en una extensión de 527 km2- y también la mayor altitud de las 20 cordilleras que conforman la Cordillera de los Andes del Perú. Las aguas de su vertiente oriental fluyen hacia la cuenca amazónica. Posee más de 830 lagunas de las cuales 514 alimentan con su caudal al río Santa –que nace en la laguna Ahuash o Ahuashcocha y desemboca en el mar peruano después de surcar el Callejón de Huaylas. Las restantes vierten sus aguas en la zona de los El 95 % de la Cordillera Blanca se encuentra dentro de los límites de Parque Nacional Huascarán y sufre uno de los impactos más evidentes y severos del cambio climático.
  • El Parque Nacional Huascarán es un área natural protegida muy importante para el Perú por su abundante biodiversidad, sus bosques en buen estado de conservación y sus paisajes naturales y arqueológicos extraordinarios, todos al amparo de la Cordillera Estas características excepcionales motivaron su denominación como Reserva de Biosfera en 1977 y Patrimonio Natural de la Humanidad por Unesco (1985).


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