Texto: Guillermo Reaño
Fotos: Sebastián Castañeda / WWF Perú
En las tardes como esta el río Aypena se transforma en un manto de brillos iridiscentes que contrasta con el cielo poblado de infinitos copos de nubes que anuncian la llegada de la noche. El Aypena es un río de aguas claras donde se pueden observar los peces que se mueven en su fondo saturado de hojas y sedimentos. El sabio Antonio Raimondi lo recorrió por primera vez en 1859, a bordo de una canoa de un solo tronco en compañía de “siete indios beodos”. Diez años después volvió a toparse con sus remansos, aquella vez escoltado por un joven militar peruano, el alférez Leoncio Prado, héroe de Cuba y el Perú.
El Aypena es un río de “aguas negras y casi sin corrientes”, afirmó entonces. No estuvo en lo cierto, el último tributario del Huallaga es una arteria fluvial que se desliza a prisa, soterradamente, para morir en las aguas de un río mayor, más grande. Esa es la suerte de todos los cauces que fluyen por la meseta amazónica.
Nos hemos detenido en el punto en que las aguas del Aypena se entregan a las del Huallaga para rendirnos ante un espectáculo avasallador, la llegada sigilosa de dos grupos numerosos de delfines de río, los últimos mamíferos acuáticos que sobreviven en esta parte de la selva.
En el Wachito I
Dos especies de delfines habitan los cuerpos de agua de la selva del Perú, Inia geoffrensis, el bufeo rosado presente en casi todas las fotografías que se llevan los turistas de crucero por la Reserva Nacional Pacaya Samiria y el gris, Sotalia fluviatilis, el cetáceo audaz y saltarín que lo suele acompañar en muchos de sus recorridos. Ambas especies, lamentablemente, se encuentran amenazadas debido a la presión que ejercemos los humanos sobre sus espacios de vida, la contaminación ambiental y la anunciada construcción de hidroeléctricas en la cuenca del Marañón, el río madre donde se agota el Huallaga.
“Su biología está rodeada de misterio y creencias populares”, afirmó la periodista Bárbara D´Achille, recordada viajera que recorrió la Amazonía y destacó por ser defensora de sus criaturas. En la confluencia del Aypena y el río Huallaga, un delfín gris realiza una sucesión de saltos fuera del agua mientras que un grupo de bufeos colorados deja ver sobre la superficie del río sus monumentales lomos, rosados, poderosos, inquietantes.
El Wachito I, una motonave capaz de cargar 170 toneladas de peso, ha detenido su navegación para que sus pasajeros -seis científicos peruanos convocados por WWF Perú- realicen el trabajo de monitorear y censar delfines en esta porción del departamento de Loreto. Diez, doce, quince, veinte delfines se movilizan al lado de la embarcación, la tarde se convierte en una fiesta para los sentidos. Elizabeth Campbell, bióloga con una maestría en la Universidad de Exeter, Gran Bretaña y José Luis Mena, director de ciencias de WWF Perú no dejan de tomar notas.
Elizabeth es la responsable de la sección de mamíferos acuáticos de Pro Delphinus, una organización dedicada a proteger delfines desde 1995. José Luis, máster, por el Instituto de Ecología de la Universidad Nacional Autónoma de México, estudia el comportamiento de un importante grupo de grandes depredadores desde hace varios años. Las cámaras trampas que los equipos de WWF Perú han colocado en bosques montanos, páramos y bosques tropicales para estudiar jaguares y osos de anteojos, están aportando muchísima información para entender las dinámicas ecosistémicas de nuestros biomas más frágiles.
En la confluencia de ambos ríos la efusión de vida no deja de impresionarlos.
En el territorio de los bufeos amazónicos
De acuerdo a los estudios realizados por la bióloga Campbell en la laguna de Yarinacocha, en Pucallpa y en los principales puertos entre esta ciudad amazónica e Iquitos, son los bufeos colorados los que están sufriendo con mayor intensidad el asedio humano. A la cacería de sus individuos para utilizarlos como carnada en la pesca de grandes bagres se suma la captura incidental que ocurre con cada vez más frecuencia. Sucede que bufeos y hombres de río compiten por las mismas presas en los cuerpos de agua amazónicos y muchas veces los primeros mueren atrapados en las redes de los segundos. Por eso la insistencia de Pro Delphinus y WWF Perú de conocer más sobre su comportamiento y empezar a trabajar con los pescadores en la aplicación de acciones que mitiguen estos sucesos. La población de las dos especies de bufeos, lo dicen los ribereños, está descendiendo ostensiblemente a pesar de que existen leyes que prohíben su captura.
“Una multitud de delfines rosados nos escoltaba haciendo sus saltos de carnero alrededor de la canoa”, comentó en 1885 el francés Oliver Ordinaire, otro viajero, al pasar por estos mismos parajes. Para Pro Delphinus la población estimada de delfines amazónicos sigue siendo alta, “a pesar que no tenemos un dato numeral”, acota Elizabeth, resulta evidente que se debe proteger a las dos especies. Ese trabajo lo vienen impulsando las dos ONG, junto al Ministerio de la Producción (Produce), encargado de la publicación en los próximos días de un plan nacional dirigido a salvaguardar delfines de ríos y manatíes.
La belleza de Inia, lo afirman los dos investigadores, y sus adaptaciones a los ecosistemas que habita son sorprendentes. Las vértebras cervicales de los bufeos colorados no están fusionadas entre sí, lo que les permite flexionar el cuello en un ángulo de 90 grados y, por tanto, maniobrar con absoluta eficiencia entre los árboles del bosque inundado. Su aleta dorsal es pequeña lo que hace que sus movimientos en espacios reducidos sean muy precisos. Nadando entre los árboles que crecen en las orillas o entre las palizadas que arrastran los ríos, son extremadamente hábiles. Junto a los grises, también conspicuos pescadores, son indicadores biológicos de la salud de un ecosistema. En otras palabras, su presencia nos asegura que los cuerpos de agua que frecuentan gozan de buen estado
Usos que se deben combatir
D’Achille afirmaba que en el folclor amazónico son comunes las historias de mujeres que se embarazaron a causa de los hiperactivos bufeos colorados. Pese a la aureola de misterio y cierto respeto que rodea a las dos especies, para Elizabeth el uso de dientes y genitales de bufeos como amuletos para conseguir éxito laboral o amoroso son también amenazas para tomar en cuenta. En los mercados populares de la Amazonía y hasta en Internet se comercializan frascos de pusanga, un elixir de cuestionable procedencia que se elabora con su grasa y se ofrece, en Calle Paquito en Belén, por ejemplo, como si nada. A vista y paciencia de las autoridades que deberían perseguir a los infractores.
Los investigadores del Wachito I saben muy bien que corren contra el tiempo. De las cinco especies de delfines de río que habitaban el planeta hasta hace unos años, una de ellas, el llamado delfín de Baiji (Lipotes vexillifer), endémico del río Yangtzé, en China, fue declarado oficialmente extinto en el año 2006. La contaminación de sus hábitats y la construcción de represas lo convirtieron en la primera especie de cetáceo llevado a la extinción en tiempos modernos.
Actualmente enfrentamos la amenaza de una serie de hidroeléctricas que se han previsto construir a lo largo del río Marañón, sin tomar en cuenta lo que nos dijo al dejar el río Aypena la científica de Pro Delphinus: “las represas fragmentan completamente las poblaciones de delfines de río, la reproducción de la especie se altera, el intercambio genético no es el mismo, la alimentación varía, todo cambia para ellos”. Fatal.
Epílogo
Tres días después de haber partido del puerto fluvial de Yurimaguas para recorrer los ríos Aypena, Huallaga, Pastaza y Marañón, los tripulantes del Wachito I retornan a casa, el saldo pareciera jugar a su favor: llevan en sus alforjas trescientos kilómetros de recorrido y doce muestras de agua que serán analizadas en laboratorio para determinar -vía pruebas de ADN ambiental- qué especies conviven con los delfines de río. Sesenta delfines grises y treinta y tres colorados avistados, servirán para determinar en los próximos días la densidad poblacional de la especie en el área estudiada.
Se trata, finalmente, de evitar que ocurra con los delfines lo mismo que ocurrió con las poblaciones de manatíes o vacas marinas del Marañón, un mamífero de antaño tan común en su cauce donde el sabio Raimondi y el héroe Prado se detuvieron “para hacer provisión de leña y víveres”, si seguimos su relato, tenía por nombre el revelador nombre de Vacamarina.
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