[Crónica] Isabel Yalico: la profesora que se enamoró del bosque amazónico

jueves 9 de diciembre, 2021

Isabel Yalico. Foto: Giancarlo Shibayama / SPDA

  • La siguiente crónica pertenece al libro Defensores ambientales, historias de lucha en Madre de Dios, una publicación que resalta el trabajo desinteresado y perseverante de defensoras y defensores ambientales que protegen la Reserva Nacional Tambopata en Madre de Dios.
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Por Jack Lo 

 

Isabel Yalico renegaba con su vecino “Chapatín”, que la ayuda con su chacra. “No puedes pasar por debajo de la castaña sin casco, pues. No hay que ser imprudentes”, lo miraba mientras él cogía el fruto del árbol emblemático de Madre de Dios y le terminaba de contar cómo el coco casi le cae encima. “Chapatín” aceptaba la reprimenda con humor, así como Isabel, y asentaba la cabeza. “A ver pues, ahora ábrelo e invitémosle a nuestra visita”, dijo ella.

De pronto, todos los nietos fueron apareciendo como si el olor de castaña los atrajera. Niños de 5 a 12 años cogieron cuchillos y machetes para ayudarle a abrir ese duro coco. Y saboreaban cada fruto como si fueran caramelos. “No coman mucho que te afloja el estómago”, se carcajea Isabel Yalico, una mujer de casi sesenta años, que llegó hace cuarenta desde Cerro de Pasco, el pueblo más alto del país, para defender árboles y animales que nunca había visto en su vida.

A vivir con el tigre

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A 47 kilómetros de Puerto Maldonado, al lado de la controversial Carretera Interoceánica y en la entrada al centro poblado de Filadeldía en el distrito de Las Piedras, frente a la Reserva Nacional Tambopata, está el caserío de Florida Baja. A este lugar, Isabel Yalico llegó junto con el que era su esposo hace cuatro décadas, cuando mudarse en medio del bosque era una locura. No había carretera. No había luz. No había agua. No había casi gente. Eran tan solo dos familias. Ahora son sesenta. “Pero había la paz que estábamos buscando. Empezamos a trabajar la tierra, a criar nuestros animalitos, y me puse a enseñar en el colegio”, cuenta con ilusión Yalico, que actualmente tiene su chacra seis kilómetros hacia adentro, en la zona de los huertos de Nueva Esperanza.

Esta pareja de profesores cerreños, que llegaron a tener seis hijos, escapaban de la violencia que Sendero Luminoso estaba generando en su ciudad a 4400 metros sobre el nivel del mar. Sus vecinos y compañeros de universidad iban desapareciendo y ellos no querían ser un número más. A pesar de la oposición de su familia, a sus 19 años decidió irse de ahí. Para ese entonces, ella daba clases en la escuela nocturna de la Gran Unidad Daniel Alcides Carrión de Pasco. Su mamá le decía que no vaya a la selva porque se la iba a comer el tigre. Sus tíos, primos y otros familiares, tampoco comprendían esta alocada decisión. Pero ella estaba decidida, tenía un resentimiento, y “la vida allá se volvió horrible, las balas silbaban todos los días”.

Para complacer a su madre, primero fueron a Huancayo para ver la situación y ver si se podían quedar ahí. Sintieron que el terrorismo estaba igual o peor que en su ciudad y se embarcaron a Lima. “Cuando llegamos a la capital, nos dimos cuenta que todo costaba mucho y tenías que tener plata para comer, no crece nada por allá”, cuenta Yalico, que voltea y mira a sus nietos trepar los árboles, embarrarse con fruta, lanzarse al agua, jugar con los animales, y dice: “¿Esto acaso no es la vida? Mira cómo se divierten”.

Es así que tomaron un vuelo Lima-Puerto Maldonado. Por aquel tiempo la pista de aterrizaje era una trocha y los únicos aviones que llegaban eran los Antonov que hacían la carga de las Fuerzas Armadas. “Paraditos nos vinimos todo el vuelo. Ese avión viejo sonaba duro, parecía que nos íbamos a caer en cualquier momento”, cuenta con mucha gracia ‘la profe’, como le dicen de cariño. Una vez asentada en Florida Baja, empezó a trabajar la tierra y a enseñar en el colegio. Toda su carrera docente la hizo ahí. Y así como casi todos los docentes en los lugares más alejados del país, no solo era la única profesora para toda la primaria, sino también era la directora, la sicóloga, la portera, la administradora y hasta la que arreglaba las cañerías. “La docencia es lo más hermoso que he tenido en mi vida. Me gusta la ilusión de ver crecer a todos mis niños”, recuerda esta profesora retirada hace dos años, pero que sigue siendo la guía de sus once nietos, con los que comparte sus saberes y pasión por el bosque.

Una guerrera

Después de sus primeros 10 años en Madre de Dios, Isabel se separó de su esposo y luego conoció al que en la actualidad es su pareja. En todo ese tiempo, se fue empoderando. Además de ser la profesora todo terreno, se volvió una dirigente agrícola que se hacía respetar y ayudaba en todas las gestiones de la comunidad. “Desde inicios de los noventa luché por los derechos agrícolas. A Víctor Zambrano, actual presidente del Comité de Gestión, lo conocí cuando éramos dirigentes de la Federación Departamental Agraria de Madre de Dios y él era el presidente también. Fueron tiempos muy duros. No habían carreteras, no habían carros, todo era trocha. Nos demorábamos días en llegar, empujando en el barro. Durante días solo comíamos fariña con castaña para sobrevivir en el camino. Pero teníamos claro que teníamos que cumplir nuestra misión de lograr que la gente tenga mejor calidad de vida. Desde ahí, admiro mucho a Víctor. Es un luchador que ha ayudado al pueblo. Es como un hermano. Fuimos la base de la revolución en la región. Por nosotros se creó la Zona Reservada Tambopata-Candamo, que luego se convertiría en la Reserva Nacional Tambopata y el Parque Nacional Bahuaja Sonene. Esta es nuestra reserva y la vamos a proteger con nuestra propia vida”, dice con fuerza esta abuela a tiempo completo y que, a pesar de su edad, se sigue metiendo en líos como si fuera una chiquilla. Frente a su chacra en Huerto Esperanza ve pasar decenas de mineros ilegales constantemente, que se dirigen hacia el sector de Filadelfia. Eso también le da miedo y le hace recordar una visita que tuvo tres años atrás. Estaba con toda su familia, descansando después del almuerzo, tranquilamente en casa. De pronto, la puerta se abrió y entraron siete mineros totalmente ebrios. “Te vamos a matar. Ustedes son los que chismosean y hablan”, le dijeron, mientras con palos y fierros intentaban romper las pocas cosas que había en su sala. Ella se quedó congelada. “Felizmente se detuvieron y se fueron, pero tuve mucho miedo, más que todo por mis nietos”.

La Reserva Nacional Tambopata es una de las más áreas protegidas con mayor biodiversidad. Foto: Giancarlo Shibayama / SPDA

Extendiendo el amor

La gente de su caserío la conoce mucho y respeta, aunque siempre están los que se ríen de ella, y dicen que es la que cuida los pajaritos a cambio de nada. A pesar de que la tilden de loca o incoherente, ella trata de seguir viviendo con la tranquilidad que siempre soñó. Cultiva maíz, cacao, castaña, plátano, yuca; y cría pollos, gallinas, cuyes y patos. Les enseña todos los días a sus nietos el valor de la tierra y de tener un bosque en pie. Promueve que se embarren las manos y que conozcan las distintas especies de plantas y animales que los rodean. Su amor por los niños y la educación, lo extiende con su propia sangre y está viendo constantemente qué más les puede ir enseñando.

Antes de retirarse del colegio, instauró El Bosque de Niños de Ania, una asociación que tiene la misión de conectar más a las niñas, niños y jóvenes con la naturaleza para volverlos agentes de cambio en su hogar, institución educativa y comunidad. Adaptó unos de los jardines del colegio para que los chicos puedan sembrar sus plantas y así ir creando esa conexión con la tierra. “Cuando lo hicimos en el colegio, fue todo un éxito. Me encanta Ania, ya que es muy importante que nuestros hijos entiendan nuestra responsabilidad en este planeta. Es por ello que ahora quiero crear otro Bosque de Niños aquí en mi chacra para que mis nietos y los hijos de los vecinos puedan venir

a seguir aprendiendo de la naturaleza”, dijo Yalico mientras hacía que su nieto menor de dos años se lance con una liana de los árboles. “Todos tenemos que aprender y jugar en el bosque”, lo soltó, voló como tarzán y cayó suavemente sobre el suelo. Todos aplaudieron y él siguió corriendo con la alegría de un niño que no tiene miedo a caer.

Su admiración por el trabajo de Víctor Zambrano hizo que aceptara sin dudar el cargo de coordinadora del Comité de Gestión. “Cuando me eligieron, vi que era esencial este trabajo y clave para proteger la Zona de Amortiguamiento de la Reserva. Cualquiera no es del Comité de Gestión. Tienes que tener esa emoción social, tienes que tener la convicción de ser. Nosotros no ganamos plata. Estamos ahí, sirviendo de algo, entregando nuestra vida en busca de un futuro mejor para todos”, dice con emoción ‛la profe’.

“Aunque seamos viejitos, seguiremos. Podemos hacer muchas cosas. Madre de Dios es un hermoso lugar. Lamentablemente las personas que están llegando en los últimos años no ven su verdadero valor”, comentó Yalico que junto a su actual esposo Segundo Isuiza, se dedican a tener en buen estado sus cultivos y animales. Por momentos tiene miedo, como todos, ya que ellos se encuentran lejos, por donde pasan constantemente los mineros ilegales y les puede pasar cualquier cosa. Sin embargo, como ella dice, “le tengo miedo a las serpientes, pero si haces bulla, se van”. Y en eso están.

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