Conozca a Juliane Kopcke: la sobreviviente del vuelo 508 de Lansa que se estrelló en la Amazonía


Escrito por Galia Gálvez

Juliane y su equipo, entre los que se encuentran su esposo Diller, Carlos Vásquez “Moro”, familiares de este y pobladores vecinos al área, trabajan en proyectos sociales de apoyo e información a la comunidad nativa asháninca y a la escuela de Llullapichis.

La selva me ha salvado la vida, nunca ha sido algo que me amenazara, confiesa Juliane Köpcke, única sobreviviente del vuelo 508 de Lansa, estrellado en 1971 en las entrañas de la Amazonía. De voz suave y mirada confiada, irradia tranquilidad. Aunque es alemana, habla fluidamente el castellano con adhesiones al acento característico de la Amazonía peruana. Actualmente dirige el Área de Conservación Privada Panguana.

 

Hasta ahora viajo por los andes al “infierno verde” –y forma comillas con los índices de las manos– mientras sonríe atisbando incredulidad. Al observarla, costaría creer que esta señora rubia de apariencia frágil resistiera a la fuerza del monte, pero así fue.

Más de cuatro décadas han pasado desde la tragedia aérea, donde a los 17 años cayó desde 2 mil metros de altura amarrada al asiento un avión colapsado para luego despertar como en una pesadilla y ver apagarse la vida de su madre y de otros tripulantes que no lograron anteponerse a la jungla. Siguió los consejos de su padre todo río pequeño conecta a otro más grande, donde hay agua hay población.

Durante diez días soportó picaduras de insectos y la amenaza latente de animales salvajes. Por las noches no durmió, resistiendo lluvias torrenciales. Cuando ya sus fuerzas comenzaron a flaquear, caminando por manglares llegó hasta dar con un refugio de cazadores, estos al verla blanca, la creyeron la diosa del agua, una mito común en la selva que habla sobre un delfín rosado que adopta la forma de una mujer.

La llevaron hasta una aldea cercana donde la alimentaron y curaron su piel infestada de gusanos La selva, un ser respetado por los mismos lugareños, le permitió vivir tal vez porque presagiaba que aquella joven con la clavícula luxada, hija de alemanes, años más tarde se convertiría en defensora y conservacionista implacable de bosques amazónicos, los mismos donde alguna vez deambuló perdida, teniendo como única acompañante a la esperanza.

Juliane, ahora mujer madura, viaja año a año desde Alemania a Lima para luego arribar a Ucayali y de ahí siguiendo una travesía en trocha por la Carretera Marginal de la Selva llega al pueblo de Llullapichis (Huánuco), cruza en bote el Rio Pachitea y después de caminar 5 kilómetros de selva a pleno sol, acompañada de una temperatura de 35° grados centígrados, divisa al área, le espera su más preciado tesoro natural, Panguana.

Panguana es una perdiz muy común en la selva amazónica, es un silbido muy melancólico que se escucha en la zona – los recuerdos de ese universo oculto tornan en los ojos azules de Juliane.

Rodaban los años sesentas y la reminiscencia del oro negro y la shiringa bullía en la selva. El Perú era un paraíso exótico que atraía viajeros de diversas latitudes, así llegan los investigadores alemanes Hans-Wilhelm Kopcke y Ana María Kopcke, padres de Juliane, ella apenas con cinco revolotea entre árboles, persiguiendo perdices y mariposas. Ahí, sumergida en ese nuevo mundo verde aprende de ellos el respeto a la selva.

La madre, estudiosa de aves, sugiere que debido el silbido hueco que los acompaña días y noches en medio del enmarañado clima, el sitio debe denominarse Panguana, pues sonoramente tiene esa forma pan – guáaa – naaa. Más tarde, los padres durante una visita al bosque, guiados por Carlos Vásquez Modena “Moro”, poblador originario de la región, observan a tres perdices bebiendo agua. El padre determina, sí, el nombre de esto es Panguana y en 1968 constituyen la estación biológica que lleva el nombre del ave.

Pero ¿Qué es Panguana?

Coronada por un enorme árbol de lupuna, el Área de Conservación Privada Panguana comprende 700 hectáreas y se halla en la zona de amortiguamiento de la Reserva Comunal de El Sira, en Huánuco, a orillas del Río Llullapichis (río mentiroso), traducido del quechua, debe su nombre a su inesperada crecida cuando llueve.

En Panguana hay 53 especies de murciélagos en dos kilómetros de investigación del área, mientras que en toda Europa sólo hay 27 especies – esta comparación que hace Juliane nos aproxima a entender la extraordinaria biodiversidad que debido a su ubicación geográfica alberga esta zona de selva del Perú.

Inicialmente cuando el área contaba con 200 hectáreas (2 kilómetros cuadrados) de extensión, se registró 500 especies de árboles y 15 de palmeras – especies valiosas hoy amenazadas por la tala legal e ilegal – como la caoba, el cedro, el roble, el huicungo, el tahuarí y la lupuna. Más de 600 vertebrados de múltiple colorido representados en formas de jaguares, pumas, tigrillos, monos, aves de 353 tipos entre águilas morenas, halcones de pecho naranja, pavas de monte, paujiles, guacamayos y el tucán encrespado.

Más de un centenar de mamíferos y 78 tipos de anfibios e igual cantidad de reptiles. Un universo paralelo lo conforman los insectos en la zona, recientemente investigados, más de 300 tipos de hormigas en contraste con Alemania que con 3,5 millones de kilómetros cuadrados apenas posee 111 ejemplares de hormigas.

Las mariposas de 232 variedades son una espectáculo aparte que embellecen el área, están las que sus alas parecen ojos de búho, las azules, las amarillas, las que son una réplica en pequeña escala de una avión, las multicolor, estas se nutren de la sal mineral y de los bancos de arena. Desde el 2008 la panificadora ecológica Hofpfisterei Muenchen patrocina el área pudiendo así ampliar su territorio de 200 a 700 hectáreas (7 kilómetros cuadrados).

El difícil acceso nos alegra porque sólo así podemos conservar mejor nuestra biodiversidad. Actualmente la infraestructura es sencilla, hay casas para huéspedes – las actividad más importante para Juliane es la investigación científica, hay espacio para investigadores y su meta es la conservación del bosque por lo cual quiere que Panguana sea un Área de conservación Privada a perpetuidad.

«En el futuro quisiéramos hacer ecoturismo moderado, para ello es importante que la población conozca, sea educada del porqué es importante conservar los bosques pluviales». Juliane y su equipo, entre los que se encuentran su esposo Diller, Carlos Vásquez “Moro”, familiares de este y pobladores vecinos al área, trabajan en proyectos sociales de apoyo e información a la comunidad nativa asháninca y a la escuela de Llullapichis. El paisaje es una invitación fabulosa a conocerlo.

La mejor temporada para visitar (dependiendo de lo que uno quiera ver) es mayo y junio pues no hace mucho calor, los árboles florean en ese tiempo, por ejemplo la bolaina – flores de intenso color – En diciembre y enero llueve fuertemente y salen muchas ranas – dice su voz apacible, con esa expresión pacífica que la caracteriza – que se les ven por todas partes.

Para mí la selva siempre ha sido un paraíso – sonríe mientras explica muy segura su afirmación – Un ambientalista africano dijo “en fin solamente vamos a conservar los que amamos y podemos amar aquello que comprendemos y además vamos a comprender solamente aquello que nos han enseñado” – termina pausadamente, al momento en que tras sus lentes sin marco se le marcan en los párpados las líneas de una vida que lleva conservando más de cincuenta años

Yo me crié entre perdices – esta vez sonríe intensamente con el rostro iluminado como si recordara algo hermoso e ido. A Ana María Kopcke, la madre de Juliane le dio un tiempo por criar perdices en las Lomas de Lachay. Juliane siempre se ha identificado con estas aves, no resulta extraño, pues el canto de este animal la acompaño desde muy niña junto a sus padres, más tarde cuando estuvo perdida en el monte, aunque solitaria y desamparada, la selva ya era su casa y no podía lastimarla.
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Foto y texto tomado de La República. Edición 12/05/2012
Ver además el video de la entrevista de Juliane Kopcke con Actualidad Ambiental aquí.



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