En el siguiente artículo, Marc Dourojeanni hace un recuento de los bosques de nuestra Amazonía que, pese a estar destinados para la investigación, sufrieron invasiones, deforestación o el olvido del Estado. ¿Cómo sucedieron estos hechos? ¿Qué se puede hacer al respecto? El especialista responde a estas interrogantes.
Escribe Marc Dourojeanni / Profesor Emérito de la Universidad Agraria La Molina
La invasión y destrucción del bosque y de los experimentos conducidos por la Facultad Forestal de la Universidad Nacional de Ucayali en el Bosque de Macuya es apenas un episodio más en la triste novela de la investigación forestal en el Perú. Ya son casi 70 años en que hechos como ese se repiten con regularidad, reiterando la incapacidad del Estado para imponer un mínimo de orden y de sentido común en el uso de la tierra y en el avance de la deforestación. Si ni siquiera los pocos y muy pequeños lugares en los que el Estado invierte mucho dinero para aprender a manejar mejor el recurso forestal son respetados, pues no cabe esperar nada para el resto de la Selva.
El primer bosque natural experimental establecido en el Perú fue el de Aucayacu, en 1964, bajo el nombre de Unidad Técnica de Capacitación e Investigación Forestal. Debía servir para los trabajos de la Universidad Nacional Agraria La Molina y también, si era necesario, para los de la Universidad Nacional del Centro. En ese lugar se invirtieron algunos millones de dólares en valor actual, en edificaciones, aserradero, equipamientos y, en especial, en experimentos. Menos de dos décadas después el propio Gobierno, usando pretextos absurdos, entregó el bosque a grupos de agricultores que, poco a poco, dedicaron la tierra al cultivo de coca.
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Luego fue el turno del Bosque Nacional de Iparía, creado en 1966 donde, desde antes de su establecimiento oficial, se implantó una estructura importante y se conducían experimentos de manejo forestal. Este fue extinguido y entregado a agricultores, incluyendo las áreas para investigación, apenas una década después de creado. También fue ese el destino del Bosque Nacional von Humboldt donde, con apoyo internacional, también se invirtieron millones de dólares en investigación. Ese bosque sufrió una primera agresión en 1980, cuando el presidente Fernando Belaúnde hizo pasar sus tractores encima de los experimentos para inaugurar un trecho de la Marginal de la Selva y abrió el bosque a las invasiones de agricultores. Luego abandonaron ese trecho y abrieron la misma carretera por otro lado, pero siempre dentro del Bosque Nacional. Sobre lo poco que sobró del Bosque, la autoridad forestal volvió a instalar una base para la investigación, esta vez a cargo del Instituto Nacional de Innovación Agraria. Pero tampoco duró. En el 2007 fue invadido nuevamente y todo el esfuerzo desarrollado se perdió otra vez, ante la inercia de la autoridad pública.
En 1984, la Universidad Nacional Agraria, para reemplazar la Unidad Forestal de Aucayacu, obtuvo un nuevo bosque experimental, precisamente en la Carretera Marginal que había permitido la destrucción del Bosque Nacional von Humboldt. El lugar, muy apropiado, se llama Dantas y, otra vez con mucho entusiasmo y esfuerzo y con apoyo internacional, allí se levantó una instalación excelente, dotada de alojamiento, aulas, laboratorio, aserradero, maquinaria y todo lo necesario. Profesores y estudiantes implantaron numerosas parcelas y experimentos. Pero, una vez más, eso fue efímero. Sendero Luminoso fue el primer problema e impidió continuar usando el lugar que, debido a la situación, fue en gran parte invadido y deforestado por supuestos agricultores.
Ahora fue el turno de Macuya, donde ya varias promociones de forestales ucayalinos se habían formado y donde muchos ensayos y experimentos importantes estaban en curso. Pero, valga mencionar que esa Universidad hizo prácticamente lo mismo cuando instaló su campus encima del antiguo Vivero Forestal de Pucallpa que, además de vivero, tenía instalaciones -allí también funcionó una escuela de capacitación técnica forestal- y varias plantaciones experimentales así como un bosque aledaño. Dicho sea de paso, lo mismo aconteció con la Facultad Forestal de la Universidad Nacional de la Amazonía Peruana que se instaló encima del bosque de Puerto Almendras, que había sido reservado en 1964 para el trabajo de campo de una escuela de peritos forestales. La justificación en esos dos casos, que es aceptable, es que esos bosques ya habían sido en parte invadidos y que pasaron a quedar casi dentro de las ciudades.
Desconozco si otras universidades que tienen facultades de Ingeniería Forestal tienen bosques experimentales. Pero, si los tuvieron o tienen, es poco probable que estén en mejor situación que los casos mencionados. No solamente porque el Gobierno no presta ninguna atención a hacer respetar la ley ni los derechos, sino porque las propias instituciones que son responsables por esos bosques no destinan los recursos necesarios para que sean adecuadamente manejados y protegidos o para que los estudiantes puedan aprovecharlos bien. Cada año se establece una dura batalla entre la facultad y la autoridad universitaria para que esta otorgue el presupuesto necesario para que se realicen las prácticas de campo en forma adecuada. Y, en general, la facultad y sus alumnos pierden.
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Pero el hecho es que la primera condición de la investigación forestal es ser de largo plazo. Es decir, es esencial la continuidad de los ensayos, experimentos y estudios, para que rindan los frutos esperados. Como hemos visto, eso no puede cumplirse en el Perú porque el Estado y sus sucesivos gobiernos son incapaces de mantener un mínimo de disciplina social. Peor aún, como bien demostrado en varios de los casos citados, es la propia autoridad pública la que hace las invasiones o las provoca y las defiende o que, simplemente, no las reprime. Lo irónico de esa situación es que el Gobierno y la sociedad reclaman de los forestales que salven el bosque, haciendo manejo sostenible del mismo. Pero: ¿Cómo hacer manejo sostenible del bosque si ni siquiera el que se usa para experimentar formas de manejo dura más que una o dos décadas?
Cuidar del bosque implica conocerlo muy bien, estudiarlo, entender cómo crece, hacer testes de todo tipo para ver qué opción de manejo le sienta mejor, estudiar su biocenosis y su hábitat. Y cada lugar es diferente siendo pues necesario disponer de varios bosques experimentales para cada una de las muchas amazonías que existen. Tratándose de bosques milenarios, donde muchos especímenes son más que centenarios, es indispensable que la investigación sea de muy largo alcance. En Europa los experimentos forestales se mantienen desde hace siglos y el hecho de que las ciudades crezcan cerca de ellos no ha determinado su eliminación, mucho menos su invasión. Al contrario, son motivo de orgullo local y nacional.
¿Qué hacer? Pues lo primero es luchar por evitar lo peor y, de inmediato, procurar nuevas áreas para reemplazar lo perdido. Toda batalla vale la pena, aunque parezca perdida desde antes de comenzarla. Llegará el día en que en el Perú, como en los países desarrollados, se entienda que no se puede continuar prevaleciendo la sensiblería social que hace creer que algunos campesinos, que alegan no tener tierra, tienen más derechos que todos los demás ciudadanos y que por eso pueden, impunemente, destruir décadas de esfuerzos costosos. La destrucción de los bosques de Aucayacu, Iparía, Dantas, von Humboldt y Macuya, entre otros, no resuelve la pobreza ni contribuye a la equidad. Sólo agrava esos males nacionales pues elimina alternativas de desarrollo social y crecimiento económico.
Y, sin duda, es tiempo de empezar a identificar, responsabilizar y procesar a los políticos corruptos que promueven esas acciones, tanto como a los funcionarios incompetentes que las dejan acontecer.
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