Alejandro Huaroto, pescador y víctima del derrame en Ventanilla: “Queremos que Repsol nos devuelva la dignidad”
miércoles 29 de junio, 2022
Por Guillermo Reaño / Viajeros
Alejandro Huaroto Arnaez estaba a punto de cumplir cuarenta años cuando encontró el paraíso. Limeño de pura cepa, hombre de mar desde que aprendió a vivir de sus frutos, Alejandro pero también su mujer y su hija que ahora tiene doce años, se enamoraron a primera vista del pedazo del océano que conocieron cuando llegaron a Ciudad Pachacútec, en Ventanilla, el asentamiento humano que empezó a poblarse en el año 2000 y que pronto se transformó en un distrito más de la provincia constitucional del Callao.
Aquella primera vez el pescador que se ha convertido sin habérselo propuesto en uno de los voceros de la Asociación de Pescadores, Fundadores, Armadores y Estibadores Artesanales de Bahía Blanca (ASPEFAEA), la asociación que interpuso una medida cautelar ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para que el Estado atienda las necesidades originadas por el derrame de petróleo de enero pasado, no lo podía creer: el mar que lo acogía en Playuela explotaba de peces, mariscos y aves de todos los tamaños.
“Ni loco, decidí quedarme a vivir aquí, con los ahorros que teníamos construimos la casita de nuestros sueños y empezamos una nueva vida, desde cero”, nos cuenta. En poco tiempo lo que había sido una ilusión se convirtió en una realidad. El pescador y su familia comenzaron a ser autosuficientes. El mar de Ventanilla les proveía de lenguados, cherlos, chitas, ojos de uva, cabrillas y cuando el oleaje era el propicio también de mariscos y pulpos de grandes tallas.
“Vivíamos en libertad, tranquilos, vinculados al mar de manera especial, con gratitud. Lo que ha hecho Repsol no tiene nombre, ha robado nuestra felicidad”, eso fue lo que les dijo a los periodistas Renato Cisneros y Josefina Townsend cuando lo entrevistaron a los pocos días de ocurrido el desastre.
Los experimentados hombres de prensa se vieron precisados a cortar el enlace en vivo por lo emotivo de su testimonio. Ese día Alejandro se quebró de emoción, pero siguió en lo suyo: recorriendo el litoral de los asentamientos humanos de Bahía Blanca para salvar a las aves empapadas de petróleo.
“Me despertaba cada mañana, les dijo a los periodistas cuando le preguntaron por su rutina y la de los pescadores de la zona antes del derrame, miraba el oleaje y de acuerdo a lo que me dijera el mar elegía el lugar donde iba a pescar; sabía en un instante si había que subirse al kayak para ir a la isla o lanzar el atarraya desde la propia orilla. Esa era nuestra libertad, la hemos perdido y eso no tiene precio”.
Al mes un pescador aplicado de su asociación podía obtener entre tres mil y cinco mil soles. No solamente eso, Alejandro y un grupo de pescadores de Playuela se habían organizado para recibir turistas que llegaban hasta ese sector de Ventanilla atraídos por la riqueza del mar y la belleza del paisaje. El derrame también acabó con el negocio.
Mientras la prensa, incluidos los corresponsales de National Geographic, lo buscaban para recoger sus impresiones, la empresa responsable del derrame de 11,900 barriles de petróleo anunciaba la entrega de canastas de víveres a los afectados, la contratación de pobladores locales para limpiar las playas y algo que entonces a Alejandro y los pescadores de Playuela les pareció un despropósito: retirar el petróleo vertido en el mar de Grau en apenas dos meses.
Han pasado más de ciento cincuenta días de la tragedia ambiental y las cosas no han cambiado en este rincón del litoral de Ventanilla afectado por la mancha de petróleo y la contaminación. Alejandro y los 153 hombres de mar de Bahía Blanca afectados por el derrame siguen en pie de lucha para exigirle al Estado respeto y solución a la crisis que los afecta. Se niegan a cobrar el dinero que Repsol está entregando a las asociaciones que han aceptado los primeros bonos de la compensación por los daños sufridos. “No queremos limosnas, lo dice mientras conversamos en las cercanías de Puerto Pachacútec, queremos respeto”.
Para Huaroto el mar que era su centro de trabajo sigue gravemente enfermo. Hay peces, sí, pero contaminados. Exigen que un organismo independiente realice los análisis del caso y los hagan públicos, con transparencia. No creen en las declaraciones optimistas de los que originaron la tragedia. Menos en un Estado que dejó de llegar a la zona. “Tenemos desconfianza, seguimos viendo manchas de petróleo, cuando el mar crece, varan pelotitas de arena y combustible; que no nos cuenten cuentos, nuestro mar, por más que no parezca, está contaminado. Somos pescadores, conocemos mejor que nadie su comportamiento”.
La atención en las ollas comunes en el sector de Bahía Blanca y el resto de Ciudad Pachacútec ha crecido. Y las necesidades han aumentado con la vuelta al colegio y en muchos casos a la universidad.
“Hemos dejado de trabajar en lo que hacíamos, alarga su relato, mejor dicho, estamos trabajando en lo que podemos, algunos como albañiles, otros en las mototaxis, en lo que sea. Somos fuertes, nos vamos a recuperar, pero, ¿y el mar?, ¿quién nos garantiza que ya estamos en condiciones de volver?”.
Alejandro quisiera que el tiempo diera marcha atrás y olvidar lo ocurrido. Hace memoria: “El sábado del derrame, el olor a petróleo se hizo intenso. ¿Qué raro?, pensé, a lo mejor es el vecino que está pintando su casa. Esa noche no pude dormir bien y al día siguiente me metí al mar en kayak. El olor era insoportable, pero seguí remando. En eso escuché los silbatos de los salvavidas que ordenaban evacuar el mar. Me imaginé que era la orden del sunami que estaban anunciando como consecuencia de lo de Tonga. Como pude regresé, felizmente no estaba tan lejos. Llegué a la playa muy mareado, estuve tirado en la arena veinte minutos. Fue terrible”.
“Para nosotros esto es un asunto de dignidad, no de limosnas. Nos han cortado las alas, es duro aceptarlo, pero es así”, termina de contarnos.
Los pescadores de Ciudad Pachacútec consideran que los impactos del petróleo en sus playas e islotes van a ser notorios en los próximos dos o tres años.
“Y mientras tanto, ¿qué?”, se pegunta Miguel Núñez, el presidente de ASPEFAEA, la asociación de pescadores y afines del centro poblado de Bahía Blanca. Su gremio ha decidido tomar las calles en los próximos días. “Vamos a marchar al centro de Lima, haremos un plantón, no nos queda otra. No nos están escuchando”.
En Playuela y Puerto Pachacútec, en La Lluvia, Culebras, Fortaleza, en Cerro Blanco, en playa Javier, sobre las orillas y acantilados del litoral de Ventanilla, el mar sigue batiendo sus olas. Mientras tanto los pescadores observan, saben que no ha llegado aún el tiempo de volver.
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