¿Lecciones del pasado amazónico?
Escribe Marc Dourojeanni[1] / Profesor emérito de la Universidad Nacional Agraria de La Molina
Estudios recientes brindan cada vez más evidencias de la presencia de civilizaciones en la Amazonía prehispánica. Una de esas investigaciones destaca la domesticación y propagación de árboles por esas sociedades, mostrando que la selva no es tan natural como parece[i]. Los estudios mencionados son serios y merecen toda consideración. Sin embargo, declaraciones de algunos de sus autores se han prestado a interpretaciones curiosas replicadas en la prensa, con titulares tales como “Geoglifos del Acre prueban que hubo uso sostenible en la Amazonía por milenios”[ii] o “El gran vergel de los indígenas precolombinos”[iii]. Los textos de esos y muchos otros artículos periodísticos en todo el mundo insinúan que los antiguos pueblos amazónicos habían descubierto el secreto del desarrollo sostenible y que todo lo que fue hecho antes de la conquista fue ambientalmente positivo, inclusive “convertir el bosque natural en una huerta”.
En esta nota se pretende explicar mejor el contexto de esas suposiciones y mostrar que, en realidad, estas acumulan evidencias nuevas de que las sociedades prehispánicas no cuidaron mejor de la Amazonía que las actuales y que si, a nivel de toda la región hicieron menos impacto que en la actualidad, eso se debe apenas a que su población, aunque mayor de lo que se sospechaba, era pequeña en relación al bioma.
La ocupación amazónica prehispánica
La Amazonía boscosa es enorme. Cubre más de 600 millones de hectáreas y, en verdad, existen muchas “amazonías” bien diferenciadas e influenciadas por los biomas vecinos. Ahora se sabe que sus habitantes la ocuparon casi al mismo tiempo que otras partes del continente y que de 6 a 8000 años atrás comenzaron a desarrollarse asentamientos humanos significativos. Se supone que su población total antes de la llegada de los europeos, en uno o más momentos de la historia, pudo alcanzar 7 y hasta 8 millones de habitantes[iv]. Simplificando mucho, en ella se encontraron los siguientes tipos de sociedades: (i) civilizaciones que dejaron grandes obras de ingeniería localizadas en la periferia, (ii) civilizaciones con concentraciones humanas importantes localizadas a lo largo de los grandes ríos y en el delta del río Amazonas; (iii) pueblos forestales con agricultura, inclusive los asociados a los sitios de “tierra negra” y; (iv) pueblos forestales con o sin agricultura, cazadores, pescadores y recolectores itinerantes. Como es obvio existe, entre esos pueblos, una gradiente compleja en el tiempo y en el espacio y no es siempre posible diferenciarlos completamente.
Parte del primer grupo se instalaron en la selva alta de Perú, Ecuador y Colombia y construyeron ciudades de piedra, como los Chachapoya y Pajatén, en Perú o los Pastaza y Sangay en Ecuador[v] y desarrollaron una agricultura parecida a la que otros practicaron en los Andes. Deforestaron áreas importantes y cultivaron maíz, entre otras plantas andinas adaptadas y obviamente también cultivaran plantas conocidas por los pueblos preexistentes. En el sudoeste amazónico se desarrolló una civilización que construyó imponentes y extensas infraestructuras hidráulicas en las Pampas de Mojos, en el Beni boliviano. También cultivaron maíz y zapallo, entre otras plantas locales[vi]. Y, en el Acre (Brasil) se viene descubriendo un número considerable de estructuras de tierra (geoglifos) que revelan una civilización[vii] que puede o no estar relacionada a la anterior pero que también desarrolló una agricultura significativa. Obras hidráulicas semejantes a las mencionadas, aunque de menor proporción, existieron en varios otros lugares de la Amazonía[viii]. La mayoría de esas civilizaciones ya había desparecido o estaban decadentes cuando llegaron los europeos. Algunas del noroeste amazónico estaban ocupadas por los Incas, que además habían construido lugares nuevos como Machu Picchu y Choquequirao, más al sur.
Al segundo grupo corresponden las civilizaciones que ocuparon las riberas de los ríos amazónicos y que aprovecharon las varzeas o tierras inundables. Ellos son los que fueron encontrados por Orellana y su grupo, entre ellos el mítico pueblo de las amazonas[ix] o por los portugueses que surcaron a partir del delta y que encontraron, primeramente, las culturas de Marajó. Todo indica que poseían centros poblados grandes con sociedades complejas y población numerosa, con una agricultura alimentada por la renovación anual de la fertilidad del suelo. Igualmente debieron aprovechar los bosques aluviales y los de tierra alta aledaños, además de que la pesca era, obviamente, fuente principal de proteína animal. Posiblemente esas culturas ribereñas debían formar el grueso de la población amazónica prehispánica. Pero, fueron rápida y casi completamente diezmados por las enfermedades letales que trajeron españoles y portugueses ya que fueron los primeros en ser contactados. Esas civilizaciones dejaron menos rastros debido a su exposición a inundaciones excepcionales que literalmente lavaron muchos sitios arqueológicos.
Los otros dos grupos no debieron ser muy diferentes a los indígenas actuales. Eran poblados menores, relativamente aislados, con una agricultura seguramente muy diversificada, que en su conjunto formaban naciones, con territorios diferenciados. Unos se basaron en los muchos sitios de “terra preta” o tierra negra donde parece que consiguieron crear una fertilidad duradera[x]. Otros, o quizá los mismos, practicaban agricultura migratoria típica, o de roza y quema, rotando las áreas de cultivo. El último grupo era sin duda menos agrícola y, como varios de los pueblos aislados de la actualidad, debían basar su economía en la caza, la pesca y la recolección, de forma itinerante.
Es importante entender que todos esos pueblos crecieron, llegaron al apogeo y quizá a su decadencia y recomenzaron o migraron, en periodos no bien definidos a lo largo de los milenios y que todos, o casi todos, interactuaron entre sí en una medida u otra. Unos heredaron los que los predecesores habían aprendido, otros viajaron e intercambiaron productos. Como en otros continentes, las plantas útiles y en especial las domesticadas así como los conocimientos agrícolas se combinaron y multiplicaron y fueron conocidos y usados por la mayoría, en función de la ecología, de la geografía y de la necesidad. Por eso, el número de plantas amazónicas usadas por los habitantes prehispánicos fue muy grande[xi]. Además usaron un gran número de plantas andinas y de otros biomas vecinos como el cerrado. Y, por cierto, muchas plantas de origen amazónico fueron conocidas en biomas vecinos y en especial en la costa del Pacífico[xii], como en el caso de la coca[xiii] y hasta en América Central, como el cacao. Los intercambios entre pueblos de los diferentes biomas sudamericanos y hasta centroamericanos eran intensos.
¿Sustentables?
La noción de que las sociedades prehispánicas amazónicas fueron sostenibles tiene como fundamento la existencia de bosques abundantes y aparentemente naturales que encontraron los primeros exploradores científicos europeos principalmente en los siglos XVIII y XIX. Y, asimismo, se nutre de la vida de los indígenas actuales, especialmente de los poco contactados y, asimismo, de la vigencia modernizada del antiguo mito del buen salvaje. Los descubrimientos de las últimas décadas sobre los desarrollos culturales prehispánicos amazónicos están cambiando esa percepción y demuestran haber existido grandes impactos ambientales que marcaron indeleblemente el territorio y la biota. Pero esas evidencias estaban bien escondidas debajo y dentro de los bosques que, habiendo descansado durante cuatro siglos, recubrieron las cicatrices de la actividad humana. Dicho de otra forma, las herramientas de la ciencia moderna revelan incuestionablemente que lo que parecía intocado no lo era. Hasta los más románticos ya se resignaron a aceptar que la Amazonía, como cualquier otro lugar del mundo, fue ocupada, explotada y alterada por los humanos y que los europeos, aunque no lo sabían, no encontraron nada “virgen”.
Hasta los más románticos se resignaron a admitir que la Amazonía, como cualquier otra parte del planeta, ha sido ocupada, explotada y alterada por los humanos y que los europeos, aunque no lo sabían, no encontraron nada “virgen”.
Las civilizaciones amazónicas usaron intensamente del fuego, suplementando sus herramientas de madera con piedra y en algunos casos bronce, para deforestar y expandir la agricultura, pues no disponían de otra alternativa para poder hacer cultivos anuales, indispensables para alimentar poblaciones grandes. El impacto del fuego fue máximo en las civilizaciones andino-amazónicas ya que la topografía accidentada y los vientos favorecen el avance del fuego que consume la vegetación de las laderas. Pueden haber construido terrazas para limitar la erosión pero eso no deja de ser otro impacto. El fuego fue asimismo la base de la apertura de los bosques que cubrían las tierras en las que fueron construidas las grandes obras hidráulicas del Beni en Bolivia y en otros lugares y, asimismo, está demostrado su uso en el caso de la civilización que construyó los geoglifos del Acre en el Brasil. Esas obras, como cualquier infraestructura que modifica el drenaje natural, ocasionaron grandes alteraciones ambientales cuyos impactos se mantienen hasta la actualidad, cambiando la composición florística y por ende toda la cadena trófica. Por ejemplo, la citada investigación sobre los geoglifos del Acre considera haber demostrado que la proliferación de palmeras útiles fue realizada por sus habitantes.En efecto, todos los pueblos prehispánicos amazónicos sin excepción, usaron y abusaron del fuego como herramienta de deforestación para desarrollar cultivos en limpio y no siempre conseguían controlarlo. También usaron el fuego, como en la actualidad, para eliminar malezas. El uso del fuego inevitablemente produce perdida de fertilidad y erosión del suelo, que puede ser fuerte en lugares con pendientes; altera la composición de la vegetación natural, sus sucesiones y elimina o aparta todos los seres vivos del lugar en que se usa. El fuego se ha usado en la Amazonía durante milenios y, si bien no la afectó en su totalidad, sus rastros son evidentes en muchos lugares en especial pero no solamente donde hubo las mayores concentraciones humanas. Pero el impacto sobre el ambiente no fue el mismo en cada uno de los grupos antes mencionados.
Lo que hicieron los pueblos precolombinos para vivir y prosperar es exactamente lo mismo que hicieron todos los pueblos del mundo y, esencialmente, lo mismo que se hace hoy. Los humanos siempre deforestaron, quemaron, modificaron la topografía, domesticaron, cazaron y pescaron. Y, sin duda, erosionaron los suelos, y contaminaron las aguas. Solo cambió la escala.
De otra parte, como otros pueblos, los amazónicos antiguos domesticaron plantas y las hicieron proliferar junto con aquellas que usaron, aunque no las hubiesen domesticado, como en el caso de varios árboles fructíferos. Asimismo, introdujeron plantas de otros biomas y, de paso, sin duda trajeron involuntariamente algunas que eran indeseables, que hoy se llamarían invasoras. Es decir, alteraron la composición natural de los bosques. Esa alteración puede ser drástica, como se constató en Yucatán, México, donde los Maya provocaron, en parte voluntariamente[xv] y luego involuntariamente, cambios severos en la vegetación natural que a su vez alteraron todo el ecosistema[xvi] y, por los resultados del estudio antes citado sobre árboles domesticados, lo mismo habría ocurrido en la Amazonía.Las civilizaciones de las riberas de los ríos amazónicos, gracias a la renovación anual de la fertilidad del suelo, fueron probablemente más estables. Sin embargo, por ser poblaciones grandes también debieron deforestar bosques aluviales y de tierra firme. El fuego también fue, obviamente, una herramienta importante para ellos. Los pueblos que hicieron y/o usaron los sitios de tierra negra también tuvieron en el fuego su principal medio de abrir bosques, como lo demuestran los propios sitios e, igual fue en el caso de los que hicieron agricultura migratoria, como sigue siendo en la actualidad. Hasta algunos de los pueblos que eran principalmente cazadores y recolectores usaron extensamente el fuego para cazar -como lo hacen hasta hoy algunos indígenas del Chaco paraguayo- y/o para hacer proliferar algunas especies por ellos utilizadas, como el caso de hormigas Atta en el Gran Pajonal, en la Selva central peruana[xiv].
Los pueblos prehispánicos de la Amazonía cazaron como todos y también pescaron, inclusive usando tóxicos como el barbasco -rotenona- para aumentar su efectividad, lo que no deja de ser una práctica peligrosa que elimina todos los peces de cualquier edad, indiscriminadamente.
O sea que los antiguos pueblos amazónicos hicieron exactamente lo mismo que se hace en la actualidad: Deforestaron extensas áreas usando el fuego para ayudarse; sin duda que provocaron diversas formas de erosión y de pérdida de fertilidad del suelo; emitieron gases de efecto invernadero; importaron, domesticaron y cultivaron plantas anuales y perennes; alteraron la topografía y los suelos drenándolos, modificando su naturaleza o alterando su pendiente; cazaron y pescaron intensamente; modificaron en gran medida involuntariamente la composición natural del bosque; envenenaron los ríos, etc. Entonces: ¿por qué eso sería sostenible y ambientalmente favorable si esas mismas actividades -y sus consecuencias- son actualmente vistas como insustentables y ambientalmente nocivas?
La respuesta es obvia y bien conocida. La aparente sustentabilidad de la economía precolombina amazónica se debió única y exclusivamente a la escala en que fue practicada. Las poblaciones, aun en el caso de las civilizaciones, reunían entre varios miles y pocas decenas de miles de habitantes, relativamente aislados en el gran espacio amazónico. Aun así, falta explicar la desaparición de algunas de ellas
Cuestión de escala: El secreto de la aparente sostenibilidad de la economía precolombina amazónica fue que sus poblaciones casi siempre se mantuvieron en equilibrio con los recursos naturales, permitiendo el mantenimiento de los servicios ambientales esenciales.
Las civilizaciones debieron abrir campos extensos para cultivos en limpio -como maíz, zapallo y yuca- pues esa es la única forma en que podrían alimentar sus relativamente grandes concentraciones humanas y, en algún momento, debieron confrontar y resolver -o no- la pérdida de fertilidad del suelo. No existe agrosilvicultura ni “vergeles forestales” capaces de alimentar poblaciones de esa magnitud. Ya los pueblos forestales podían usar estrategias en apariencia más sustentables, como la agricultura migratoria y los sitios de tierra negra. Sus chacras o parcelas eran siempre pequeñas y aisladas, rodeadas de bosque y usadas por muy pocos años debido a la perdida de fertilidad del suelo y/o a la proliferación de malezas. Eso permite la rápida restauración del lugar después de abandonado pues el estoque genético está cerca. Pero ni así dejan de impactar en la biodiversidad, más aún si vuelven a usar esa misma parcela años después, en sus rotaciones. El efecto de esas formas de agricultura sobre la sucesión forestal es enorme y está documentado desde hace mucho tiempo[xviii] Los sitios de tierra negra en general miden unas 20 hectáreas, o sea, que no soportaban más que decenas o quizá un centenar de habitantes. Lo que es interesante en esos lugares es que sus ocupantes consiguieron crear suelos que en teoría pueden ser cultivados permanentemente. Ese es, probablemente, el caso que más se acerca a la sustentabilidad aunque a priori es inaplicable a extensiones grandes. Pero, una vez más, se trata de un impacto importante ya que la biota de ese sitio queda drásticamente alterada. Esas dos formas de agricultura, siempre en proximidad del bosque, sin duda fueron el origen de prácticas agro-silviculturales así como de la domesticación de árboles y palmeras, en especial frutales. No obstante, estas mismas prácticas son obviamente inviables cuando usadas en gran escala.antes de la llegada de los europeos, como ha sido el caso de los Maya[xvii]. Y la mayoría de los demás pueblos mal reunían algunos cientos de habitantes siempre rodeados por el bosque. De hecho casi nada de las formas de uso de la tierra y de los recursos naturales de los antiguos pueblos amazónicos puede ser considerado intrínsecamente “sostenible”.
La Amazonía hizo una importante contribución a la agricultura mundial, brindando muchas especies de gran utilidad. Pero eso no es evidencia de sustentabilidad.
Concluyendo, no existe evidencia de la sostenibilidad de las actividades económicas amazónicas prehispánicas. Ellos hicieron lo necesario o lo que pudieron para vivir y desarrollar y, como visto, ocasionaron impactos ambientales considerables. Sus acciones no pueden ser calificadas de buenas o positivas ni de malas o negativas. Se beneficiaron de una población limitada que los mantuvo en un nivel de equilibrio con la disponibilidad de recursos naturales, asegurándoles el mantenimiento de los servicios ambientales que ellos necesitaban. Las nuevas evidencias confirman simplemente eso, que ya se sabía.Los defensores de la teoría de la sustentabilidad de la economía precolombina suelen usar como argumento que los indígenas domesticaron muchas plantas valiosas. Es verdad que son varias docenas las que fueron domesticadas -achiote, pequí, yuca, pijuayo, guaraná, asaí, cupuazú- y centenas las que fueron usadas -como el caucho, camu camu, castaña- y por cierto que, en su mayoría, no fueron despreciadas y hoy son genética y agronómicamente mejoradas y cultivadas sobre extensas áreas de la Amazonía y fuera de ella. No hay duda, pues, que la Amazonía hizo una importante contribución a la agricultura mundial. Pero eso, por loable que sea, nada tiene que ver con la pretendida sustentabilidad. La soya, la palma africana, el café o el cacao, así como el ganado vacuno, que son los vectores de la deforestación también fueron domesticados.
¿Ejemplos aprovechables?
La Amazonía se mantuvo con una población extremamente reducida desde su descubrimiento hasta mediados del siglo XX cuándo empezó el verdadero periodo de “conquista, ocupación y explotación” gracias a la construcción de carreteras a partir de los centros de poder económico de todos los países sudamericanos, excepto Argentina y Chile. A pesar de la triste época del caucho, que no causó deforestación significativa, los bosques amazónicos no solamente estaban en buen estado sino que se habían recuperado después de varios siglos casi despoblados.
En la actualidad, en lugar de quizá hasta 8 millones de habitantes munidos de herramientas primitivas, existen de 35 a 40 millones de habitantes que disponen de moderna tecnología y de maquinarias pesadas así como de una enorme red de transporte terrestre, fluvial y aéreo. Además, no producen bienes sólo para su propio consumo sino para cientos de millones de habitantes de otras partes de los países amazónicos y del mundo. El arsenal genético agrícola hoy disponible es enorme y permite avanzar sobre partes de la Amazonía antes impensables con plantas de otros continentes -café, palma africana, banana, soya- y con animales exóticos, siendo la ganadería la principal razón de la deforestación. Y, para empeorar las cosas, no se han abandonado las prácticas seculares antes descritas como el uso indiscriminado del fuego y la agricultura migratoria que precede la de tipo industrial. Y, hasta hoy se usan venenos para pescar. No es, pues, de extrañar que la deforestación y los impactos ambientales sean incomparablemente mayores, comprometiendo definitivamente la sustentabilidad.
En ese contexto, muy poco de las tecnologías que se atribuyen a los antiguos tiene aplicación en la actualidad. Y las que la tienen, como los sitios de tierra negra, sólo funcionarían bajo la premisa de muy baja densidad humana. Valga mencionar que en el Perú el 80% de la deforestación actual es, precisamente, la pequeña agricultura[xix], incluida la tan aclamada agroforestería, en este caso de cacao y café, que se practica extensamente simplificando drásticamente la diversidad vegetal.
En conclusión la única “lección” del pasado, si cabe, es haber mantenido la población amazónica en un nivel compatible con la reposición de los recursos naturales y el mantenimiento de servicios ambientales esenciales. Pero eso es resultado de la realidad de la época y no de una decisión voluntaria o calculada. Dicho sea de paso, a pesar de la baja intensidad de uso del bosque, varios pueblos amazónicos también disponían de territorios sagrados, intocables, vedados a cualquier uso, exactamente equivalentes a las áreas protegidas actuales.
El caso del “gran vergel amazónico”
La investigación que generó este titular periodístico no concluye que transformar la Amazonía en un vergel o huerto de árboles frutales es algo “ambientalmente positivo”. El artículo en cuestión no califica el impacto ambiental que demuestra. Pero algunos de sus autores -como lo hacen muchos científicos sociales- manifestaron en entrevistas que domesticar árboles que ofrecen frutas y propagarlos es un beneficio al que de cierta forma equiparan automáticamente a desarrollo sostenible.
Uno de los primeros en tratar del tema de la alteración de la composición forestal de bosques tropicales americanos por los antiguos fue el mexicano A. Gómez-Pompa[xx] que sustentó que la selva del Yucatán, en México, es en gran medida una plausible obra humana. Pero, en realidad demostró que por el contrario, ellos alteraron drástica y permanentemente el ecosistema[xxi]. Luego se puso en evidencia que, más que obra humana, eso fue una consecuencia inesperada de ella y que indudablemente la selva original era biológicamente mucho más rica que la que los Maya legaron[xxii]. El estudio sobre la persistencia de los efectos de la domesticación de árboles en la selva amazónica, que aquí se comenta, apunta a hechos semejantes pero en una escala mucho mayor aunque más diluidos.
Es pertinente hacer algunas consideraciones sobre esta nueva investigación. Los propios autores admiten limitaciones metodológicas, que son ratificadas por otros estudios[xxiii]. En efecto, si los lotes de censo de árboles están asociados en proporción significativa a sitios arqueológicos es razonable esperar que tengan una mayor proporción de árboles domesticados o útiles. De otra parte, en el estudio no queda claro la magnitud y forma en que usaron inventarios forestales para manejo que cubren áreas más extensas y que no procuran específicamente especies frutales.
Los autores también reconocen la dificultad de separar la dispersión de esos árboles que fue hecha adrede de la que fue involuntaria tanto en la época precolombina como después, con mucho más gente con mayor movilidad. Al respecto vale mencionar que muchas de esas especies tienen rápido crecimiento y que, además, el estudio parece haber menospreciado la capacidad de los animales silvestres de dispersar esas especies, cuyas frutas ellos obviamente aprecian mucho. Otro tema que no se resalta suficientemente es el de la significación del área estudiada con relación a toda la Amazonia. Por ejemplo, se sabe que la extensión total de los sitios de tierra negra con relación al bioma es de menos de uno a poco más de tres por ciento, o sea, muy poco.
La tan aplaudida presencia de árboles frutales domesticados en la Amazonía es una prueba adicional de la interferencia humana sobre la diversidad biológica. No es prueba de sustentabilidad.
Dicho lo anterior es indispensable recordar que cambiar, voluntaria y/o involuntariamente, la composición florística natural de los bosques, fomentando la presencia y/o la diseminación de especies útiles -a los humanos- reduce proporcionalmente la diversidad biológica y altera los nexos tróficos y otros procesos naturales, inclusive la selección natural. Eso puede ser considerado una “mejoría” para los intereses humanos pero no deja de ser un importante impacto ambiental. Por lo tanto, la tan aplaudida presencia de árboles domesticados en la Amazonía es apenas una prueba más de la interferencia humana en la diversidad biológica. No es una prueba de sustentabilidad.También es preciso aclarar que la densidad de fructíferas en los locales donde son más densas no las hace parecidos a un verdadero vergel, como alguien podría imaginar al leer las versiones divulgativas. Los autores tampoco afirman que las 85 especies estudiadas fueran todas domesticadas. En algunos casos no hay duda de eso, pero la mayoría son apenas plantas tradicionalmente utilizadas cuyo largo proceso de domesticación y mejoramiento fue quizá apenas iniciado entonces y, muchas veces, avanzado después de la llegada de los europeos.
En conclusión
Las pruebas de la antigüedad y del impacto de la actividad humana en la Amazonía son cada día mayores. Ellas revelan que los antiguos pueblos que compartieron la región, tanto las civilizaciones como las naciones con menor desarrollo comparativo, tuvieron unos más otros menos, un grande impacto ambiental. Como otros pueblos, debieron hacer agricultura para sostener sus poblaciones y para ello necesitaron deforestar, usando intensamente del fuego. También domesticaron y adaptaron plantas y algunos hicieron obras de ingeniería para fomentarlas.
Los promotores del concepto de que los antiguos amazónicos practicaban desarrollo sostenible son los mismos que están demostrando lo contrario.
El hecho de que domesticaran plantas y que las propagaran es útil para la sociedad moderna, pero no es un indicador de sustentabilidad, como erróneamente se difunde. Resulta en cierto modo sorprendente que los que están demostrando la magnitud insospechada del impacto ambiental de los antiguos amazónicos sean frecuentemente los mismos que también defienden la teoría de que practicaban desarrollo sostenible. Para muchos de ellos las alteraciones hechas en la naturaleza por indígenas y pueblos tradicionales son siempre ambientalmente beneficiosas mientras que las mismas pero hechas por otros, son perjudiciales. Para la naturaleza no hace diferencia quién la destruya.Exceptuando su población relativamente baja, que les permitió mantener un cierto equilibrio con los recursos naturales, no hay ninguna evidencia de que sus actividades económicas fueran verdaderamente sostenibles. Al contrario, a pesar de varios siglos de recuperación del bosque después del descubrimiento de América y de la tremenda onda moderna de destrucción, los impactos ambientales de sus acciones son aún evidentes. Por esa razón y por la enorme demanda actual por los recursos amazónicos, tampoco hay mucho de su relación con el entorno que pueda ser replicable o aprovechable en la actualidad.
______________________________
Comments are closed here.