La comida peruana es reconocida alrededor del mundo y esto se debe, en parte, a que el Perú es uno de los países más agrobiodiversos del planeta, gracias a sus condiciones climáticas y geográficas que permiten a los agricultores cultivar productos muy variados.
En la sierra, las comunidades campesinas de Lamay en Cusco, Quisqui en Huánuco y San Damián en Lima, conservan algunos de los principales productos que alimentan a las ciudades, llegando a mantener cientos de variedades de cada uno de ellos (más de 600 de papa, 100 de olluco y decenas de razas de maíz). Asimismo, en Sapuena y Flor de Castaña, comunidades ubicadas en la selva peruana, crecen cerca de 100 especies de plantas (entre silvestres y cultivadas).
Sin embargo, pese a que estas zonas concentran la mayor agrobiodiversidad en el Perú, son también con aquellas donde se registran los mayores índices de anemia y desnutrición infantil. Por ejemplo, en Loreto más del 50% de niños menores de 5 años sufre de anemia y en Cusco, el 46%.
El distrito de Lamay (Provincia de Calca) está ubicado a 45 kilómetros al noreste de la ciudad de Cusco, en el Valle Sagrado de los Incas. Las grandes extensiones verdes de parcelas rodean las casas de los agricultores, ubicadas en la altura de las montañas. Alrededor de 5 765 personas viven en esta zona privilegiada con tierras fértiles y climas apropiados para el agro.
En la región Cusco, cientos de pobladores se dedican a conservar distintas variedades de cultivos, pero pese a este esfuerzo, el 46.7% de niños menores de cinco años tiene anemia y el 18.2% sufre de desnutrición infantil. Estos indicadores superan el promedio nacional, que es de 35.6% en anemia y 14.6% en desnutrición infantil; y son mucho más altos que los indicadores de Lima Metropolitana: 25.4% en anemia y 4.1% en desnutrición.
Durante mucho tiempo, Rafael Pilco destinaba sus productos solo a la venta. Él y otros pobladores de la comunidad de Huama (distrito de Lamay) dejaron sus costumbres ancestrales de lado y se concentraron en alcanzar nuevos mercados. “El precio de las papas nativas era injusto porque el consumidor no conocía mucho de estos productos”, relata.
Rafael cuenta que desde que empezaron a recuperar sus prácticas ancestrales, su situación dejó de ser la misma: “Gracias a la recuperación de nuestras costumbres antiguas empezamos a sacar mejores productos, ahora tenemos lo suficiente para nuestro autoconsumo y para vender en el mercado”.
Pero, ¿por qué existen pobladores en Lamay que destinan sus productos únicamente al mercado? Las principales razones son la pobreza y los malos hábitos alimenticios.
El ingreso mensual de las familias de este distrito varía entre los S/.50 ($16) y S/.250 ($83), montos bajos para cubrir las necesidades básicas familiares.
Por otro lado, su alimentación no integra los nutrientes que aportan las hortalizas, verduras y frutas. “Cuando una comunidad conserva 500 u 800 variedades de papa pensamos que ahí está garantizada la alimentación diversa, pero no es así. Si no existen otras especies para variar la alimentación, no podemos alimentarnos solo con papa”, explica César Gutiérrez, especialista en nutrición del Instituto de Desarrollo y Medio Ambiente (IDMA), quien además considera que es importante mantener una gran variedad de diversos productos en una canasta familiar.
"Necesitamos comer diversidad. Ahí encontramos nutrientes que nuestro cuerpo necesita"
Para llegar a Flor de Castaña y Sapuena, caseríos del distrito de Saquena (provincia de Requena, región Loreto), hay que viajar casi tres horas hacia el sureste de Iquitos. Las 900 personas que conforman estas comunidades viven en los márgenes del río Ucayali y se dedican a la agricultura y la pesca para su alimentación diaria.
La distancia hasta Iquitos y Nauta (donde se comercializan sus productos), los precios bajos que pagan los intermediarios, las plagas y enfermedades de los cultivos y las inundaciones (solo se puede realizar actividad agrícola en agosto y setiembre), hacen que sus principales productos, como el camu camu, la yuca, el plátano, el maíz, el arroz y los frejoles, sean subvaluados.
En las comunidades viven familias pobres y extremadamente pobres, imposibilitadas de acceder a créditos agrarios o personales. A partir de este escenario no resulta difícil imaginar indicadores sobre la salud de los niños menores de 5 años que viven en Sapuena y Flor de Castaña: el 54.7% sufre de anemia, y el 24.6% de desnutrición
Para Luzelma Meléndez, una madre de familia que vive en Flor de Castaña, la salud de sus hijos es una de sus principales prioridades. “Nos mantenemos con nuestros cultivos: cosechamos y vendemos. Lo que siembro también sirve para alimentar a mis hijos y vender para sustentar la compra de algunos productos en mi hogar”, cuenta.
La casa de Luzelma está ubicada a orillas del río, a unos 15 minutos de su chacra en bote, en donde siembra yuca, pepino, plátano, cocona, entre otros. Esta es una de las pocas tierras que no se inundan durante la crecida de río.
“Con el tiempo, quisiera que lo que yo cultivo sea para el bien de mis hijos. La chacra no nos da lo suficiente, no me alcanza para mantener a mis hijos”, cuenta. La base nutricional de las comidas son los carbohidratos y pocas proteínas que no llegan a cubrir los requerimientos necesarios para un crecimiento adecuado.
María Scurrah, bióloga de la Universidad de Brandeis (EE.UU.), evaluó la nutrición en zonas del Perú con gran riqueza de agrobiodiversidad y concluyó que existe “una paradoja tremenda, impresionante para cualquier sistema de agricultura, pero la nutrición (de las personas) es monótona y fallida”.
"Casi todos los cultivos altoandinos son nutritivamente muy densos"
En lugares como San Damián, distrito de la provincia de Huarochirí (sierra de Lima), la agricultura es la mayor vocación de los pobladores. Muchos de los agricultores han dedicado su vida al trabajo en el campo y son capaces de mantener sus cultivos gracias a prácticas ancestrales que incluyen la gestión de las semillas.
Los campesinos logran acceder a ellas a través del trueque (33.3%) y de la compra local (16.7%). Invertir en nuevos cultivos refuerza la producción de la tierra y permite conservar distintas variedades. Los productos agrícolas, el abono y el transporte requieren de mayor inversión.
Los alimentos que son cosechados por las familias campesinas son fuentes ricas de proteínas y vitaminas, y combatirían los problemas nutricionales en gran medida, pero esta riqueza es desaprovechada debido a que existe un consumo limitado o una mala combinación de los alimentos.
Después de algunos meses de constante trabajo, los cultivos de habas de Martha Rime están listos para ser recolectados. “Mis productos son destinados principalmente a la alimentación de mi familia. También vamos una vez por semana a venderlos en una feria en Lima, pero no logramos vender mucho”, explica.
Al igual que Martha, los agricultores de la zona venden lo que cosechan a distritos aledaños o los intercambian por otros productos. Cultivos, como papa, maíz, trigo, alverjas, entre otros, se venden en el Mercado Mayorista de Lima.
Llegar de San Damián a Lima, o viceversa, requiere de un viaje aproximado de seis horas en una ruta sin asfaltar completamente y poco iluminada. Esta situación implica fuertes gastos en transporte para los pequeños agricultores y es recurrente en todo el país.
En el Perú solo el 9.7% de la red vial en departamentos está pavimentada, según cifras del Ministerio de Transportes y Comunicaciones (MTC). Por el momento, el estado de las rutas depende de la suerte del clima. Cuando llueve, la tierra se vuelve barro y las rocas de niveles superiores caen, bloqueando el camino e imponiéndose frente a quienes movilizan sus productos en camionetas, carretillas o a lomo de caballo.
Tomando en cuenta estos gastos, las ganancias que genera el campo son pequeñas, fluctuando entre los 250 y 500 soles. El 38% de las familias dedican el 53% de estas ganancias a su alimentación, mientras que el 44% tan solo destinan el 35% a esta importante necesidad.
"La papa es el producto principal que es consumido por las familias en estas comunidades"
La diversidad de la agricultura ha ganado valor en los últimos años. Las familias campesinas pueden llegar a conservar cerca de 300 variedades de productos nativos. Los lugares donde se cultivan estos productos tienen características climáticas únicas que, al combinarse con conocimientos ancestrales, adquieren un gran valor cultural. Estos espacios han sido denominados “zonas de agrobiodiversidad”.
En el Perú, la agrobiodiversidad incluye 4400 especies vegetales nativas utilizadas, 1700 especies cultivadas y 182 domesticadas. Cerca del 80% de los productos alimenticios que se consumen en todo el Perú provienen de los Andes. Para Manuel Ruiz, director del Programa de Biodiversidad y Asuntos Internacionales de la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental (SPDA), estas zonas “son una alternativa para conservar y mantener espacios y culturas que interactúan con biodiversidad domesticada”.
En los últimos años, la agrobiodiversidad se ha convertido en un tema importante para la seguridad alimentaria. Las autoridades ya trabajan en la protección de esta agrobiodiversidad y han incluido el tema en la agenda política del país.
A pesar de que no existe una categoría internacionalmente reconocida para proteger estos espacios, el Perú cuenta con una norma jurídica que regula las zonas de agrobiodiversidad, resaltando su valor en tanto concentren alta diversidad genética y cultural.
La superficie ocupada por las comunidades “Tres de Mayo de Huayllacayán”, “Santa Rosa de Monte Azul” y “San Pedro de Cani”, ubicada en el distrito de Quisqui (Huánuco), se convirtió en el 2015 en la primera zona de agrobiodiversidad del Perú reconocida por su gobierno regional gracias al trabajo del proyecto Agrobiodiversidad y Soberanía Alimentaria, ejecutado por la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental (SPDA), el Instituto de Desarrollo y Medio Ambiente (IDMA), la Asociación Arariwa y Welthungerilfe.
La zona de agrobiodiversidad de Quisqui, al igual que muchos otros lugares del país, cuenta con condiciones únicas para la conservación de diversos productos y sus variedades. Para Manuel Ruiz, esta oportunidad es una opción para tratar de desarrollarse cuidando sus prácticas ancestrales y potenciándolas para asegurarles un mejor acceso al mercado y reconocimiento del trabajo del agricultor, “porque son ellos quienes conservan la agrobiodiversidad del Perú”.
"El elemento central de la protección es el patrimonio biocultural que se une con lo que hacen las comunidades"